Españolito que vienes al mundo, guárdete Dios, que una de las dos Españas ha de helarte el corazón».

Fuera de su contexto histórico, esos versos de don Antonio Machado (soriano según el ignorante de Pedro Sánchez, aunque andaluz como es sabido) vuelven a estar de actualidad porque gracias a la irresponsabilidad de un Rodríguez Zapatero de infausta memoria cada vez se perfilan con más nitidez dos Españas diferentes y antagónicas.

Los componentes de una de esas dos Españas no se resignan a sus pertinaces derrotas y pretenden superarlas mediante el expediente fullero de falsificar la Historia («madre de la verdad», según la certera y sarcástica definición de Cervantes) y sustituirla por un relato que en modo alguno se compadece con lo verdaderamente acontecido: así, se subliman dos experiencias históricas que nada tuvieron de democráticas y sí de sectarias y sanguinarias y se denigran las que, por fortuna, lograron corregir derroteros delirantes que hubieran conducido a nuestro país al empobrecimiento económico y a su degradación moral. El empeño, sin embargo, no es vano, básicamente porque se ve apoyado por una proliferación de ignorancia que es presupuesto indispensable de ese siniestro engañabobos en el que va confiando una parte cada vez más numerosa de la población española, incluida la que, por su propio interés o mero instinto de supervivencia, debería rechazarla de plano.

La madriconada recientemente padecida por la capital de España ha embellecido su medio ambiente (mantra y Leitmotiv de tanto progre que se precie) con centenares de toneladas de basura, orines y defecaciones callejeras y, aún así, ha recibido el respaldo de todos los partidos con representación parlamentaria sin excepción alguna: tal es la fuerza de esa moderna forma de censura antidemocrática que es la corrección política.

Así las cosas, hay quienes proponen convertir la catedral de Barcelona en economato (?), quienes sustituyen la bandera de Navarra por la de una Euskadi tan históricamente inexistente como la entidad que pretende representar, quienes desafían de boquilla una convivencia multisecular con un secesionismo de tercera categoría condenado de antemano a un patético ridículo internacional y quienes protegen desde instituciones supuestamente legales como el Ayuntamiento de Madrid (propiciado por el sectarismo irredento de Pedro Sánchez de la Preveyéndola) actividades ilegales como el llamado «top manta», la okupación de viviendas ajenas o la inmigración ilegal.

El problema de fondo es que quienes deberían poner coto a tanto desmán tienen tan poca categoría intelectual y moral que son incapaces de aplicar los mecanismos que el Estado de Derecho pone a su disposición para evitarlos. Los que no han estudiado ni asimilado la teoría del Estado de Carl Schmidt (Souverän ist, wer über den Ausnahmezustand entscheidet. Soberano es quien puede decretar el estado de excepción) ni la de Max Weber (Staat ist diejenige menschliche Gemeinschaft, welche innerhalb eines bestimmten Gebietes das Monopol legitimer physischer Gewaltsamkeit für sich (mit Erfolg) beansprucht. El Estado es la comunidad humana que, en el interior de determinado territorio, reclama para sí (con éxito) el monopolio de la violencia física legítima) difícilmente pueden pretender gobernar un país muy proclive al suicidio institucional, al cainísmo y a la autodestrucción.