Winston Churchill afirmó que pocas son las virtudes que los polacos no posean y pocos los errores que hayan evitado. No es por casualidad que el presidente norteamericano haya elegido Polonia para pronunciar el discurso hasta hora más importante de su carrera política.

Es significativo que la prensa europea haya ninguneado el importante discurso de Donald Trump en la Plaza Krasinski de Varsovia, llena hasta los topes de una multitud que le interrumpió 50 veces y le aclamó coreando su nombre en 7 ocasiones. En los 36 minutos que duró el discurso, los signos de aprobación se produjeron cada 37 segundos. Por cierto, y para bochorno de nuestros oradores patrios contemporáneos, el Presidente norteamericano no se apoyó en un texto escrito ni utilizó teleprompter, ese aparato que permite ir leyéndolo en una pantalla. Tan tonto no será.

Trump presentó un plan casi spengleriano de redefinición de Europa y Occidente, confirmó su apoyo a una OTAN modernizada y particularmente a la vigencia del compromiso de defensa mutua de su artículo 5, situó, más allá del fanatismo islamista, al verdadero adversario de Occidente en las élites europeas mundialistas sin fe ni creencias y carentes de la voluntad de defender «la civilización occidental». No habló de multilateralismo, sino de tradición, cultura y destino. Apoyó incondicionalmente la reciente «Iniciativa de los tres mares» lanzada conjuntamente por Polonia y Croacia, que tiene por objeto dinamizar a doce países de los mares Báltico, Negro y Mediterráneo como bloque que aspira a vivir una nueva experiencia histórica frente a la vieja Europa de Bruselas, a Rusia y a China: una Mitteleuropa reinventada, alejada de las sofisticaciones de Davos, Bruselas y Bilderberg. Trump afirmó compartir con esa Europa central la misma definición del adversario, tanto interior como exterior, ofreciéndole armamento, gas del fracking y energía limpia, lo que desagradará seguramente en Bruselas, pues constituiría un imperio tampón entre Moscú y Berlín mucho más cercano a la opinión pública europea, mucho más «trumpista» que la de sus dirigentes «obamistas». En cuanto a Rusia, al mismo tiempo que le reprochó la desestabilización de Ucrania, le ofreció a Putin unirse «al pelotón de las naciones civilizadas contra los enemigos comunes».

El personaje no es santo de mi devoción por varias razones, pero debo confesar que me ha sorprendido el nivel de articulación y el contenido innovador de su discurso, muy alejado de las patochadas con las que nos ha obsequiado en el pasado. Va a resultar que una cosa es la retórica electoral populista y otra muy distinta la que aspira a liderar a un mundo occidental decadente y desnortado. Ojalá sea así.