Mientras el aeropuerto de Ibiza protagoniza muchas de las portadas de los periódicos pitiusos, ya sea por los continuos récords de pasajeros o por los conflictos laborales de sus trabajadores, el pasado domingo se vivió un hecho histórico en otro aeródromo del país provocado, precisamente, por un grupo de ibicencos. Se lo cuento. La isla canaria de La Gomera, en la que residen poco más de 20.000 habitantes, cuenta desde 1999 con un aeropuerto en el que sólo pueden aterrizar y despegar aviones de pequeñas dimensiones, los míticos turbohélice Binter que en su día operaron en Baleares. De hecho, en esta época tan solo acoge dos conexiones diarias con Tenerife, por lo que ya pueden suponer cuál debe ser el volumen de trabajo que soportan sus trabajadores. Sin embargo, una treintena de miembros del grupo de ball pagès de Sant Jordi, que había pasado cuatro días en tierras canarias para devolver la visita al grupo folklórico Tagonache, truncaron la habitual tranquilidad de esta terminal y obligaron a los encargados de la facturación del equipaje a habilitar por primera vez en la corta historia del aeropuerto dos de los cuatro mostradores con los que cuenta, con el consiguiente sofocón para los operarios. Tras esta simple anécdota a uno le surgen las dudas: ¿Tan necesario es el turismo de masas que vivimos cada verano en las Pitiusas? ¿Cómo han podido sobrevivir los gomeros sin discotecas y beach clubs? ¿Podemos mejorar nuestro bienestar sin tener que poner en peligro nuestros recursos naturales? ¿De verdad alguien piensa que necesitamos más turistas de los que ya llegan?