Si la prensa suscitara el mismo interés que despierta el fútbol, Ignacio Ruiz Quintano (Burgos, 1958) sería el fichaje más codiciado de los editores de periódicos y se convertiría en el Neymar del periodismo. Como no es así, sigue escribiendo en ABC artículos magistrales en los que uno no sabe si admirar más la agilidad estilística, el caudal de cultura que derrocha o los chispazos eléctricos de ingenio con los que adorna sus artículos, en los que, por cierto, no se limita a comentar la actualidad política y social, sino que también aborda temas relacionados con la tauromaquia, el fútbol y el boxeo, tratándolos todos con idéntica maestría y conocimiento de causa.

Debo confesar que la brillantez del periodista me provoca una envidia insana, de las que corroen. Releo sus escritos y soy incapaz de saber a ciencia cierta en qué radica exactamente su excepcional calidad. Tal vez sea un afán de extremada sobriedad capaz de encauzar un caudal de conocimientos hoy infrecuente en nuestro panorama panorama cultural.

El hecho de que el señor Cebrián, el de la «insidiosa Reconquista», autor de un bodrio impresentable travestido de novela, ocupe un sillón en la Real Academia y Ruíz Quintano no, nos da idea de cómo anda manga por hombro el nivel cultural de un país en el que conocidos y campanudos contertulios confunden laudo arbitral con «laude arbitrario», aseguran sin ruborizarse y sin que nadie les contradiga que «vale» en latín significa «hola» y no «que tengas salud» o citan impunemente a «Calderón de la Vega».

El único problema del periodista de ABC es que sin un mínimo nivel cultural el lector pasará por alto muchos de los destellos de su ingenio. Llegué a esa conclusión cuando, sobre Eduardo Madina y Alfredo Rubalcaba, escribió «la gala de Madina, la flor de Alfredo» parafraseando a Lope de Vega en «El caballero de Olmedo», cuya calle, por cierto, por esa mezcla inseparable de incultura e hispanofobia, tal vez corra el riesgo de adoptar otro nombre en Sabadell, ciudad en la que un plumilla indocto ha cobrado seiscientos euros por recomendar que se supriman las dedicadas a Calderón, Quevedo y Bécquer por «españolistas» y «modelos psuedoculturales franquistas». ¿Hay quién dé más?

He de aclarar que no tengo el gusto de conocer al señor Ruiz Quintano y que si recomiendo su lectura no es por razón de deuda o amistad, sino de admiración. Pueden descubrirlo ustedes mismos accediendo a su magnífico blog «salmonetesyanonosquedan.blogspot.com.es». Creo que me lo agradecerán.