Los veranos tranquilos ya se han terminado para siempre, como el turismo que nos emiten Gran Bretaña y Alemania no cambie mucho de naturaleza. Difícil lo veo. Pero al menos los meses de mayo y de septiembre (ahora ya también octubre) sirven para dulcificar la sensación de caos y canícula que deja al personal derrengado y la propia isla estragada hasta límites insoportables.

Tiempo de reparar en los lesionados árboles frutales que también sufren los embates de los tiempos peligrosos. En Mallorca se están quedando sin almendros a una velocidad incomprensible como no sea debido a la xylella. En los últimos años se daba la culpa a las sequías, pero ya parece evidente que aquí intervienen las bacterias agresivas. En lo que yo he observado, en Ibiza ocurre lo mismo. Por una parte, la atención al campo se ha relajado, pero por otra ahora ya tenemos diagnosticada la enfermedad letal que afecta a nuestros olivos, almendros y acabará por afectar a otros frutales.

Los pinares viven su propia pesadilla, hoy quizás menguada por las atentas cargas químicas contra la procesionaria. Entre la oruga y la sequía, los pinos también sufren fases de estrés. Ningún ser vivo escapa a las duras condiciones del entorno, tampoco los humanos. El personal, sometido a cien días (o más) de labores intensivas, llega al otoño afectado por las abolladuras, lesiones, luxaciones, tirones y fatiga crónica. Por ello, unos y otros agradecerán el cambio de ritmo que nos introduce al verano tranquilo.
@MarianoPlanells