Los estragos de la LOGSE van haciéndose sentir cada vez con mayor intensidad tanto en el intercambio social como en los medios de comunicación. Parece como si muchos comentaristas no dudasen en reproducir algo que les suena, pero cuyo significado ignoran.

Ya he mencionado en estas páginas los disparates que he oído a conocidos contertulios o leído en prensa que se las da de solvente: «laude arbitrario» por laudo arbitral, «victoria pírrica» por victoria ajustada, «indiosincrasia» por idiosincrasia, zonas «heterogéneas» por zonas erógenas, aguas «terminales» por aguas termales, «graso error» por «craso error», «manada de lobos solitarios» (!), marta «sibilina» por marta cibelina, furor «interino» por furor uterino, «Mostrencos y Corpulentos» que obstaculizaron el amor de Romeo y Julieta, «rebus sin estántibus», «haber que pasa», el «Chándal de Persia y la Farandandiba» por el Sha de Persia y Farah Dibah y tantos otros dislates que van minando la lengua y, en ocasiones, van siendo admitidos por la RAE en una claudicación digna de una institución que cuenta con lumbreras de una sola novelilla y personajes cada vez más políticamente correctos y dispuestos a santificar disparates como almóndigas, toballa, cocreta, vagamundo, crocodilo, malacatón, mocotón etc.

Me dirán que todo lo anterior es inocuo y tiene más comicidad que peligro, pero me remitiré a Julián Marías en su libro «La España inteligible»: «Siempre … hay que tener en cuenta la ignorancia. Y no me refiero a lo que no se sabe, que es siempre ilimitado, sino a lo que no se sabe y habría que saber. Esta ignorancia se convierte en un factor de perturbación, que anula incluso lo que se sabe …»

Viene a cuento lo anterior por cuanto el «caos intelectual del PSOE» (Elorza scripsit) ha parido una resolución en su trigésimo noveno congreso que propone perfeccionar «el carácter multinacional del Estado» y que demuestra que ni Pedro Sánchez ni sus asesores ni ninguno de los miembros de su ejecutiva tienen la más remota idea de lo que la plurinacionalidad, básicamente porque confunden el concepto jurídico-constitucional de nación con el de nación cultural. Lo aclaró el gran especialista en la materia, Ernest Gellner, al afirmar que «es el nacionalismo el que engendra las naciones, no a la inversa» y que «algunas naciones poseen antiguos ombligos genuinos, algunas tienen ombligos inventados para ellas por su propia propaganda nacionalista y algunas carecen por completo de ombligo.» (Nations and Nationalism, 1983, 1997). «Hay quienes piensan que de la misma manera que toda muchacha debería tener un marido, preferiblemente el suyo, también cada cultura debería tener un Estado, preferiblemente el suyo» (Coming of Nationalism and Its Interpretation: The Myths of Nation and Class, 1998).

Cuando se cree que se sabe lo que debería saberse y, en realidad, se ignora, surge esa confusión mental que, en el escenario político, da pie a las más obtusas aberraciones. Véase, si no, a Don Pdr. Schz. de la Preveyéndola y su cohorte de ignorantes tan titulados como autosatisfechos reinventando la ciencia política a base de cuarto y mitad de ocurrencias entre charla y charla de café.