Los golpes de Estado no se recurren pero, por lo que estamos viendo, los golpecitos sí. ¿Qué se puede esperar de abogados del Estado y registradores de la propiedad que no han leído a Max Weber ni a Curzio Malaparte? La idea fundamental de este último es que el golpe de Estado es un problema más técnico que político. Su propósito era mostrar cómo se conquista un Estado moderno y, sobre todo, cómo se le defiende, porque “la historia de los últimos años es la […] de la lucha entre los defensores del principio de la libertad y la democracia, esto es, del Estado parlamentario, contra sus adversarios». En cuanto al politólogo alemán, es conocida su sentencia en su famosa conferencia «Politik als Beruf»: «El Estado es aquella comunidad humana que, en el interior de determinado territorio, reclama para sí (con éxito) el monopolio de la fuerza física legítima». El golpe de Estado, pues, concurre (ilegítimamente) por este derecho y por ello ha de ser contestado mediante la utilización de la legítima. Pero sucede que este gobierno de leguleyos indoctos del «gatopardismo mariano» (Ruiz Quintano scripsit) cree que abdicando de sus responsabilidades y trasladándoselas al Tribunal Constitucional ya tiene el tema encauzado o, como decimos (o decíamos) en Mallorca, «ja té la Seu plena d’ous», es decir, «ya tiene la catedral llena de huevos», una alusión a un empeño tan arbitrista como inútil.

La verdad es que lo de los politiquillos catalanes era más bien golpecito que golpe y tal vez hubiera sido suficiente aplicar la legislación vigente. Lo decía Romanones: «a los amigos el culo, a los enemigos por el culo y al resto de la gente, la legislación vigente». El problema aquí y ahora es que se ha tardado demasiado tiempo en aplicarla porque, sin ir más lejos, la Ley orgánica 2/2012, de 27 de abril, en sus artículos 25 y siguientes, prevé medidas que hubieran puesto fin a la aventurita secesionista mediante el sencillo expediente de cortar los fondos que hoy la posibilitan.

También es verdad que a la vista de la calidad política, intelectual y humana de la clase dirigente de ese malvado «Madrit ens roba», la tentación separatista puede habérseles antojado factible a los más iluminados de los politiquillos catalanes, incapaces de comprender que lo que esa clase política central no tiene ganas ni voluntad de hacer acabará haciéndolo después de recibir alguna admonición telefónica de Berlín o Washington, como ya nos ha sucedido en un pasado reciente.

En cualquier caso, la situación plantea la tesitura de saber si uno quiere seguir viviendo en un país que siempre es trágico pero nunca serio. Yo mismo estoy preparando las maletas rumbo a poniente y que ahí quede eso (o lo que quede de eso).