El Consejo de Ministros autorizó el viernes una consulta popular en un pueblo de Córdoba. Es un asunto espinoso. El alcalde de Villafranca de Córdoba anda en un sinvivir por qué día celebra la Huevada, fiesta singular del pueblo, en el que viven unas 5.000 personas. La celebración consiste en ofrecer a cualquiera que se acerque un vaso de vino blanco de la tierra, pan y un huevo frito en aceite de oliva. Se puede repetir tantas veces se desee, con puntillas o sin ellas. La duda municipal es si mantiene la fiesta el 14 de mayo, víspera de San Isidro, o si se mueve al sábado anterior al patrón. El acuerdoi del Consejo de Ministros lo aprueba porque «se trata de un asunto de competencia propia municipal, de carácter local, de especial relevancia para los intereses de los vecinos y no es relativo a la hacienda local». Ahí es nada. Desde ya avanzo que la Huevada cordobesa me parece la más grande fiesta popular que existe en el mundo y que debería extenderse más. El segundo punto importante es que el subsecretario o quien sea que incluyó en el orden del día de la sesión este punto merece un ascenso. Entre acuerdos para que el Constitucional paralice el proceso del uno de octubre, llega este señor o señora y cuela una consulta popular sobre huevos fritos. No es un plato exento de polémicas entre quien prefiere mojar la yema, quien se come primero la clara o quien lo mezcla y se lo toma todo junto. El mensaje es cristalino en cualquier caso: consultas sobre fiestas, sí. Para otras cosas es más complicado. Ojo a la alusión del acuerdo a la «hacienda». La segunda parte del mensaje tampoco es sutil. A huevadas no nos gana nadie. Y ahí seguirá el caos catalán unos cuantos meses más: cada uno con su par de huevos en cada esquina. En medio de tanta declaración institucional, rostro grave y gesto de momento histórico o desafío inaudito solo se puede añadir: ¡Viva el huevo frito!