Resulta chocante que con tal cantidad de políticos, funcionarios, ayuntamientos, consells y organismos oficiales que no paran de inventarse leyes para regular la vida de los otros, hacernos la vida más difícil y tratar de justificar su parasitaria existencia, nadie quiera o sepa actuar contra los desmanes de los cabrones electrónicos que destrozan la tranquilidad marina.

A las abominables party-boats (me importa un bledo lo colocado y el número del pasaje, lo que me fastidia son los decibelios de su bakalao) que llevan tantos veranos jodiendo con patente de corso, se les suman numerosos barcos que fondean frente a las costas urbanas de Portmany o Figueretas y pinchan una música insultante y peligrosa para la salud del vecindario, que por supuesto no está tan protegido como las lagartijas o gaviotas de algunos islotes.

Cuando se llama a Policía o Guardia Civil siempre hay un agente que da muestras de simpatía y comprensión, pero que se escuda en su falta de medios para actuar. Cuando uno se queja a los políticos de turno, dicen que no tienen competencia. Cuando uno habla con responsables de medio ambiente, estos ponen cara de que los humanos no estamos en peligro de extinción.

Con lo cual solo queda la autodefensa para protegerse de la grosería de tanto gañán. Empuñar un bazuka y mandarlos a pique. Acercarse en un falucho y arrojarles frascos de fuego. Tales abusos de tanto cabrón sin respeto merecen actuaciones contundentes, pues son peligrosos para la salud y han terminado con nuestra paciencia. ¿Despertaría entonces la administración paquidérmica?