Son todas iguales y están por todas partes. Últimamente, no sé si es porque me fijo más, pero parece que se han multiplicado. Negras, con la estrella de la marca del vehículo, cristales tintados y siempre con mucha prisa. Las furgonetas que hacen las veces de taxi pirata son ya inconfundibles. Es imposible que pasen desapercibidas para las autoridades, pero sí, parece que son invisibles porque van y vienen por nuestras carreteras sin ningún pudor y sobre todo, sin que nadie ponga de verdad solución a este problema. Y cuando crees que en Ibiza ya lo has visto todo, va y una mañana en el aeropuerto te sorprende una situación y piensas, esto solo puede pasar aquí. Una gran cola de coches para recoger o dejar gente en la vía de servicio donde está prohibido aparcar, pero no parar. Dos furgonetas de estas tan discretas de las que hablo paran en medio de la vía (ni tienen la decencia de echarse al lado derecho aunque hay sitio, para dejar pasar al resto) se baja el conductor de una de ellas, abre la puerta gigante del maletero y comienza a descargar maletas. Cuento ocho. Bajan siete personas. Una de las chicas abre el bolso, saca el dinero y se lo da. El chófer lo coge, le da las gracias sonriendo y a toda prisa se mete en la furgoneta y se larga. Yo espero dos coches más atrás igual que el resto de vehículos que han ido formando una cola ya bastante importante. A mi derecha, donde paran los taxis, un coche de la policía local de Sant Josep. Pero da igual. Aquí nadie ve nada. Y no pasa nada. Ahora eso sí, que no le pillen a usted en un control rutinario con la ITV caducada un mes, porque de la multa no le libra nadie y con razón, ojo, que no estoy justificando ir sin la ITV al día. Pero tampoco se puede justificar la sensación de impunidad que sentimos los vecinos de esta isla ante este descontrol. Y ya les aseguro que el dinero que ganan estos taxistas piratas en Ibiza no se queda.