Puede parecer un chiste y no lo es. La declaración de independencia de Cataluña estuvo vigente 44 segundos. No fueron ocho segundos, como publica ya Wikipedia. Demasiado trauma colectivo para sentir durante 44 segundos la independencia de un país. Un tiempo muy reducido para colmar las esperanzas de algo más de dos millones de catalanes que estaban erróneamente convencidos de que la independencia era posible. Muy pocos segundos para asumir que la maquinaria de un Estado es muy potente, que es difícil poder esquivar a todo un Gobierno, a fiscales, a jueces, a Policía y Guardia Civil. El Estado ahora es mucho más potente y está más cohesionado que cuando Lluis Companys era el presidente de la Generalitat. No hace falta recordar que Companys y todo su gobierno fueron encarcelados por rebelarse contra la II República. Y lo peor de todo es que ni la manipulación permanente de TV3 podrá cambiar las cosas. Y la presión de la CUP, mucho menos. Cataluña tardará mucho tiempo en recuperarse de las secuelas de la irresponsabilidad de Puigdemont, que se equivocó totalmente cuando aceptó sustituir a Artur Mas como presidente de la Generalitat. La aplicación del artículo 155 de la Constitución, que también fue apoyada mayoritariamente por los catalanes, está a vuelta de la esquina y la autonomía quedará suspendida. Todos los políticos se irán a sus casas y habrá que convocar elecciones. Y ahí está el problema. Porque no acabo de creerme que unas elecciones puedan cambiar las cosas. La reforma de la Constitución anunciada por Sánchez tampoco será el bálsamo que necesitan los catalanes para asumir su realidad histórica y política. Todo por 44 segundos. No valía la pena, de verdad.