En la versión fílmica de La colmena, la gran obra coral de Cela, en una de las escenas, un grupo de poetas se reúnen en el Café de Doña Rosa, allí están Sacristán, Rabal y Matías Martí (Cela), inventor de palabras. Entonces se presenta Luis Escobar que a cambio de invitar a los poetas a un café con leche y a veces a suizos y mojicones, ensaya con este público literario su discurso de ingreso en la Academia de Jurisprudencia que siempre es reiterativo y que va, precisamente, sobre la usucapión que consiste, discursea Escobar, en «cómo tener lo que no se posee». Y eso es exactamente lo que le pasa a Puigdemont y a ad láteres: tienen lo que no poseen. Han llevado a Cataluña al filo del monte Taigeto, pero están manejando un país que jurídicamente no existe. Todavía seguimos sin saber, a estas horas, si Puigdemont es president de autonomía o ya se ha autoproclamado presidente de una República de la que las empresas huyen como perseguidas por el maligno y de un país nuevo en el que los funcionarios están atemorizados porque saben que pronto dejarán de cobrar sus nóminas y los trabajadores andan ya acojonadillos porque gracias a los tres mosqueteros (Puigdemont, Junqueras y Romeva) muchos catalanes es posible que pronto hagan cola en el Paro. El president tiene lo que no posee. Es decir, jurídicamente, internacionalmente, de facto, no tienen nada, pero él como Don Quijote o como Sancho cuando se creía gobernador de la ínsula de Barataria, considera que es president de una República no sé si Libre no sé si Asociada. Puigdemont es como Rufus (Groucho) mandando en Libertonia: las ensoñaciones se empezaron a difuminar el pasado sábado cuando se activó el 155.