Veo en el escapismo, de Harry Houdini, un look fúnebre para la Noche de los Muertos. La de hoy, 31 de octubre, en torno al ruido y la furia. Esa en la que los voceros del ‘avi Siset’ hacen de faquires, tahúres o saltimbanquis como cual payaso diabólico en una fría noche de Halloween. Estos acaban borrachos de sus picaduras a la muchedumbre y extasiadas orgías, a lo Rasputín, para más tarde arrepentirse y hacer constricción, con lo que quedan purificados. La de Halloween es la de los chupasangres ‘indepes’, hijos del reino de los muertos que evocan su presencia al calor de la lumbre. Todos piensan que su heroicidad y catalanismo defenestrado pueden sobrevivir en tal episodio fuera de la ley. Mientras tanto se dedican a vender inmensos cucuruchos de palomitas para allanar el reclamo infantil de los vampiros con los ojos pegados al cinexin. Aquellos demócratas de voto secreto y tez burguesa también practican la estética del terror, no sólo entre las tapias del cementerio sino también entre los vivos en el Parlament. Gerifaltes de Catalunya Sí Que Es Pot, la marca de Podemos, se dejan morder en el cuello depositando su voto en una urna nauseabunda. La ambigüedad les rodea (a Catalunya Sí Que Es Pot) de criaturas sedientas de sangre. La Generalitat ya es un camposanto entre el frío mármol y las sombras de las flores. Como la soledad de la cabeza rapada de un skinhead. Puigdemont y su séquito no han tardado en darse a la fuga a Bruselas para alejarse de las tenebrosas sombras que la ley guarda en su haber. Fracasado el sueño independentista de Puigdemont y compañía, sólo les queda la lóbrega ilusión de haber propiciado una crisis institucional y la salida de empresas apresuradas a montarse en el primer tren de mercancías con la desconfianza como compañero de viaje. ¡Despertar! Lo peor ya ha pasado. Es lo que tiene jugar con los muertos.