Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat, trata de aprovechar bien el tiempo. Desde Bruselas, mientras sus compañeros de viaje están en la cárcel, trata de gritar a Europa que España es un país impresentable, indigno de considerarse democrático en el que ni hay libertades, la Justicia no es independiente y el Gobierno, franquismo en estado puro. Un insulto en toda regla, absolutamente deliberado y tan desmesurado que resulta ridículo aunque no por ello deja de doler. Nunca debería haber abandonado Cataluña, pero una vez que tomó la decisión, en absoluto improvisada, de cruzar la frontera, el patetismo de su actuación roza lo inimaginable. No sólo es profundamente injusto con España, a la que insulta y trata de ridiculizar a diario sino que, además, ha logrado introducir al conjunto del secesionismo catalán en un laberinto aún más alambicado de lo que ya lo era antes de su decisión de coger carretera y manta. La última ha sido el anuncio de una estructura, no se sabe si de Gobierno o electoral, para, desde Bruselas continuar la lucha como les gusta decir. Con todo, Puigdemont no ha logrado un solo apoyo. Ningún país ha mostrado la más mínima simpatía a su causa, ni ningún parlamento está dispuesto a plantear cualquier debate relacionado con el secesionismo catalán. Para que no falte nada, Puigdemont pide una lista electoral que él denomina de «Presidente», con la única pretensión, aunque no lo diga, de difuminar la más que probable caída en picado del PdeCat. Y en este punto con ERC ha topado. El partido de Oriol Junqueras se sabe el mejor colocado en las encuestas y se siente con la suficiente fuerza para imponer condiciones casi de imposible cumplimiento. Es difícil imaginar a la CUP compartiendo escenario con un partido «de derechas y corrupto» como, según ellos, es el PdeCat. Otra cosa es condicionar desde fuera que es lo que han venido haciendo durante año y medio con éxito más que notorio. Como todo lo relacionado con el secesionismo catalán es una caja de sorpresas, habrá que esperar al segundo final del minuto final, pero todo apunta a que Puigdemont cuando vuelva a España, que volverá, no lo hará entre aplausos de gloria, entre otras cosas, porque no habrá hecho temblar cimiento alguno de la UE. Habrá que esperar pero todo indica que ERC no se va a dejar embaucar por sus ya exsocios de Gobierno. La broma acabó. Ahora es la hora del poder y ante la idea de gobernar, de mandar, Oriol Junqueras, aunque sea desde la cárcel, no va a dar un paso atrás. Saben todos ellos que aún cuando ganen las elecciones--cosa más que probable--nada será igual y que si vuelven a las andadas que les lleven a actuar fuera de la ley, el 155 ha dejado de ser un mal fetiche y ahí va a estar. Puigdemont debería de dejar de creerse su propio personaje y volver a Cataluña para dar serenidad a los suyos. Resulta difícil de entender que un responsable político pueda perder el sentido de la realidad hasta el punto que lo ha perdido este hombre. Un punto de ficción a veces es necesario para sobrellevar circunstancias adversas. No deja de ser un mecanismo de defensa bien estudiado por psicólogos y neurólogos, pero esto supera con creces la ficción admisible. Debería volver Puigdemont y mejor hoy que mañana si de verdad quiere ser útil a la causa que defiende, de lo contrario, el futuro más inmediato al que se expone es a convertirse en una caricatura de si mismo.