Los presos a los que les obligaron hacer trabajos forzados para levantar el Valle de los Caídos, los comunistas, como Marcelino Camacho, que estuvieron años en la cárcel por querer mejores condiciones de los obreros, quienes fueron hacinados en las checas porque un vecino les acusó de no ser afectos a la Revolución: esos son presos y hasta muertos políticos de verdad. Decir que los Jordis o Junqueras son presos políticos, ese es un debate difícil. Están presos por estar en la política, pero sobre todo por traspasar a sabiendas, ese es el matiz, el umbral de las leyes de un país democrático que, además, te permite ser independentista y conseguir tú sueño, pero tienes que convencer a los demás y seguir el camino correcto, no imponer las cosas. Es cierto que no son asesinos en serie, ni tienen el mismo pasado que Hannibal Lecter, pero como responsables políticos estos chicos “pacíficos” del procés tienen también, como todo el mundo, deberes. La estructura jurídica del Estado Español con sus hijuelas autonómicas está perfectamente acotada y cada político o cada mochuelo sabe cuál es su olivo. Cuando alguien “peca” de pensamiento y lo meten en las mazmorras de la torre de Londres, ese es un preso político, pero cuando te pasas la carta magna por el forro, te olvidas de las advertencias de los letrados del Parlament, malversas fondos públicos que iban para gente necesitada y los dedicas a ideologizar, cuando te dan cien oportunidades para que hagas la función para la que tienes legitimidad y no otras, cuando amordazas a la oposición y eres capaz de lleva a tu terruño a la ruina y lo sabes y lo haces y lo dejas sin Agencia del Medicamento; pues ya me dirán.