A ojos de un observador cualquiera, daría la impresión de que la semana que concluye no ha sido buena para eso que se llama el constitucionalismo, y que debería consistir en un combate conjunto de todos los partidos que desean mantener la unidad de España frente al secesionismo y las malas prácticas democráticas. Pues no señor: los partidos que integrarían, teóricamente, un ‘bloque constitucional’ en Cataluña (y fuera de ella) se han lanzado a una pugna menos que discreta por quién encabezaría un Govern en el caso de que los no independentistas alcanzase una mayoría suficiente para ello. Claro, Inés Arrimadas, la por otra parte magnífica candidata de Ciudadanos, quiere la presidencia si, como dicen las encuestas, para lo que valgan, obtiene más votos que los socialistas y, desde luego, que el PP. Sin embargo, Pedro Sánchez, el renacido secretario general del PSOE, ya ha dicho que el PSC no apoyaría al ‘brazo derecho’ de los populares, es decir, a Ciudadanos, es decir, la candidatura de Arrimadas a la Presidencia de la Generalitat. Y el PP, que mantiene la boca cerrada para que no le entren moscas, va susurrando, aunque de momento en círculos muy reducidos, que, dado el caso, preferiría apoyar al socialista Iceta que a una Arrimadas que ‘representa a Aznar pero de color naranja’. Así, con este panorama de nula unidad, enfrentan los que quieren mantener a Cataluña dentro de España la campaña electoral más dura, irregular, extraña, tramposa, que hayan conocido los anales de este país. Con Puigdemont presentando su candidatura en Bélgica, a donde irán pronto sus partidarios para realizar allí el primer mítin electoral*antes de que el ex president quizá se presente en Barcelona para ser detenido un par de días antes de las elecciones, como sospechan, se dice, algunos informes de los servicios de inteligencia. Menudo follón. Bueno, y para follón el que se va a armar cuando, presumiblemente, Oriol Junqueras y sus ‘consellers’ (ahora ex consellers, claro, que no quiere uno bordear los dictámenes de la Junta Electoral) salgan de la cárcel, merced a los nuevos vientos en los tribunales. Junqueras ya ha dicho que presentará --aquí, ni primarias ni nada-- a su secretaria general, Marta Rovira, para la presidencia de la Generalitat, abriendo un frente en el independentismo contra Puigdemont, que quiere regresar al Palau como principal inquilino. Lo de Marta Junqueras es, pues, una provocación en varios sentidos; uno de ellos, desde luego, la escasa capacidad de la candidata para asumir las funciones a las que es impulsada por su aún encarcelado jefe. Yo diría que también en el lado independentista, menos mal, se pegan algunos tiros en el pie. Pero, continuando con el lado de acá, que es donde el cronista confiesa, por supuesto, estar situado, ya me dirán si la decisión de Albert Rivera de posicionarse en el Parlamento, con la sola compañía de los valencianos de Compromís, en contra del cupo vasco no ha sido una manobra fallida del por otro lado habitualmente acertado líder naranja. Ha servido para dividir más a los constitucionalistas, para alejar a Ciudadanos de cualquier posición de influencia en el País Vasco y para realzar la posición como ‘hombre de Estado’ de Pedro Sánchez. En fin... Y, para colmo, lo del fiscal genera del Estado. Que no digo yo que el designado por el Gobierno, Julián Sánchez Melgar, contrariando todas las especulaciones periodísticas, sea un mal nombre, al contrario. Lo que sí digo es que lo malo es eso, que haya sido designado por el Gobierno. En exclusiva y sin consensuarlo, que tampoco hubiera sido tan difícil, al menos con los socialistas y con Ciudadanos, dado que Podemos ya parece haberse echado sin remedio al monte de las incongruencias. Algo de historia oculta, y me parece que mi olfato de periodista esta vez no se equivoca, hay detrás de la insospechada designación de Sánchez Melgar, cuando todos daban por seguro que el elegido sería otro, concretamente el actual presidente de la Audiencia Nacional. Y este es, señores míos, el panorama. Cada cual atento a sus intereses de partido, de coyuntura, y no mirando al interés nacional, que no es otro que el de restañar, desde la unidad, las profundísimas heridas que evidencia el cuerpo social, político y económico, de Cataluña. Y quedan veinticinco días para esas elecciones que ahora ya no sé si cambiarán el mundo, pero que deberían hacerlo.