Jornada de puertas abiertas. Las buenas gentes, llegadas a Madrid para el fin de semana agobiante de compras por el centro andando en una misma dirección, se agolpan para entrar al hemiciclo, ver los tiros de los hombres de Tejero, fotografiarse en el escaño de Rajoy, de Pablo Iglesias, de Albert Rivera. Sí, un día es un día y, en vísperas de un nuevo aniversario de la Constitución, el Parlamento franquea el paso a la ciudadanía. Otras puertas, las de la cárcel de Estremera, por ejemplo, se mantienen cerradas este fin de semana para los inquilinos famosos que allí han de permanecer hasta que, el lunes, el juez del Supremo decida si los deja o no salir, y en qué condiciones, para comenzar en libertad vigilada la campaña electoral. Por eso, cuando se titula sobre ‘puertas abiertas’, este año hay que precisar: las de la Cámara Baja (y Alta). La verdad, si uno se para a pensarlo unos segundos, es que no se practica demasiado en España la política de puertas (y ventanas) abiertas. Un clima asfixiante hace que todo discurra en los platós de televisión más buscadores del share, llámense Evole o Bertín, o en reuniones secretas entre los principales políticos, que buscan acuerdos desesperados para proponer a la ciudadanía una respuesta conjunta a la pregunta ‘¿Hay vida después del artículo 155?’. Vivimos instalados en el rumor. Que si hay una ‘operación’ para colocar a Iceta, con el beneplácito de Rajoy, en la presidencia de la Generalitat, naturalmente en función de cómo vayan las votaciones. Que si se ha tratado desesperadamente de poner sordina a ese ‘juicio al PP’ --maravilla jurídica, esa de juzgar a un partido político-- que, en otras circunstancias, estaría conmoviendo a un país, sin embargo ahora ya conmovido por otros dislates aún mayores. Que si el Ejecutivo está enojado por la independencia ‘excesiva’ que a veces muestra el Judicial... Y mientras, el Legislativo, de semivacaciones ya, enseñando al pueblo los escaños donde se asientan los que hacen y deshacen en este país nuestro. En las calles madrileñas, ya digo, sentido obligatorio para que los viandantes puedan pasear por el centro en sus compras navideñas. En las calles barcelonesas, movimientos para el ‘gran concierto por la libertad de los presos’. En Bruselas, todo tipo de chismes en torno al gran huido, que no estoy yo muy seguro de que pretenda hacer verídicas las habladurías en el sentido de que regresará a España, en vísperas del 21-D, para ser detenido y armar la marimorena. Esta es la crónica de la semana: un país situado al borde de la marimorena, en el que las gentes están mucho más atentas a su paseo monodireccional por la calle Peligros, o a las colas en la Carrera de San Jerónimo, que a la probable excarcelación el lunes del hombre que podría, dentro de no mucho, mandar en Cataluña y entonces Dios dirá. Porque la verdad, la verdad, es que no tenemos previsiones, más allá de ‘operaciones Iceta’ y otras quimeras, al menos que se sepa, sobre cómo va a continuar esta loca carrera hacia vaya usted a saber dónde. Se busca Plan B. Una vida tras el 155. Urgente, que ya queda un día menos para lo que sea.