La inmersión es nefasta en una sociedad plurilingüe como la ibicenca. De hecho, el ibicenco lo hablamos un inmensa minoría entre nosotros en circuito cerrado. Nos gusta mucho y lo disfrutamos una barbaridad, pero fuera de este placer solitario apenas tiene otra funcionalidad. Por ello debe enseñarse en las escuelas, pero en las modalidades insulares.

Pero se da la casualidad de que tenemos un idioma oficial que nos sirve para toda España y además se habla en casi todo el mundo, al menos en 600 millones de hablantes. Pues bien, por obra y gracia del Pacto antisistema y separatista, no se puede usar como lengua vehicular en las escuelas pitiusas ni en Baleares. La aberración es de tal dimensión que explicarle a un alemán que no se puede estudiar en español en España puede llevarte más de una hora de charla. Bueno, si usas el atajo de la ingeniería social pretendida por el Pacto, tan parecido en muchos aspectos a la que emprendió el nazismo en Alemania, quizás entienda algo.

En resumen, el diabólico proceso independentista parece más encaminado a deshacerse de España que a hacer Cataluña y es lógico si entendemos que Cataluña jamás será una nación si antes no consigue demoler la nación española. No deja de ser un suicidio, porque más de un 70% de catalanes se considera español a la par que catalán. De ahí el aire enfermizo del catalanismo, al que muchos autores definen con nombres psiquiátricos. Boadella habla de paranoia, otros de neurosis obsesiva o abducción.

El problema es que los infiltrados catalanistas en Valencia y Baleares aplican en sus respectivos territorios la intrusa estrategia destructiva de Cataluña. Con lo fácil que sería llevarse bien: español y catalán. Bilingüismo.