A todos los que estamos en Ibiza y Formentera os deseo de todo corazón y con toda el alma, pidiéndole Dios que sea así: ¡Santa y Feliz Navidad!

Esta noche en la Catedral y en todas las Parroquias de nuestra Diócesis se celebrará la Santa Misa –acto litúrgico que hace presente a Jesús- recordando en esa celebración de un modo especial lo que sucedió en esa noche en Belén.

¡Cuantas cosas buenas de ese nacimiento! “Os anuncio una gran alegría… hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11); este es el anuncio del ángel a los pastores aquella noche fría de Belén. Aquel Niño es el Mesías esperado, el Salvador de la humanidad, el Señor de tierra y cielo. Esta es la Buena Noticia de la Navidad, la razón más profunda de nuestra alegría navideña y el motivo de nuestra esperanza. Como los pastores, los cristianos escuchamos con asombro este anuncio y hemos de acudir con gozo a contemplar y adorar al Hijo de Dios, la Palabra eterna de Dios, que se hace carne y acampa entre nosotros. Dios viene hasta nosotros por amor a cada uno de nosotros. Dios se hace uno de los nuestros, asume nuestra propia carne, nuestra propia naturaleza y condición para llevarnos a Él, para hacernos partícipes de su misma vida.

Jesús nació en una familia pobre, pero rica en amor. Nace en un establo, porque para Él no hubo lugar en la posada. Es acostado en un pesebre, porque no tuvo una cuna. Llega al mundo ignorado de muchos, pero acogido por los humildes pastores. Y después por los llamados Reyes Magos. Pero ese Niño frágil, humilde y pobre es el Hijo eterno del Padre-Dios, el Creador del cielo y de la tierra. Ese Niño revela el misterio de Dios: Dios es amor y ama al ser humano. Ese Niño es la revelación definitiva de Dios a los hombres. A quien lo acoge con fe le da la capacidad de participar de su misma vida divina, le da el poder ser hijo de Dios (cf. Jn 1,12).

Con la venida de Cristo, la historia humana adquiere una nueva dimensión y profundidad. En este Niño, Dios mismo entra en la historia humana, y la abraza totalmente desde la creación a la parusía. El mundo, la historia y la humanidad recobran su sentido: no estamos sometidos a la fuerzas de un ciego destino o a una evolución sin rumbo. El destino de la humanidad, de cada ser humano, de la misma creación no es otro sino Dios en Cristo Jesús.

En Navidad, Dios mismo se pone a nuestro alcance en el Niño de Belén. Y Jesús no es una ficción, sino un hombre de carne y hueso; no es un mito ni una leyenda piadosa, sino alguien concreto, que provoca nuestra fe. En ese Niño, Dios mismo sale a nuestro encuentro. Dios no es una idea ni un ser lejano, sino Dios con nosotros: Él está en medio de nuestro mundo, inserto en nuestra historia personal y colectiva.

En Navidad nace Dios; y lo hace para todos los hombres, también para los hombres de hoy. Este Niño nos trae la salvación, el amor, la alegría y la paz de Dios para todos. El Niño Dios de Belén nos abre a todos el camino hacia Dios, y nos da la posibilidad de alcanzar la suprema aspiración del hombre: ser como Dios. Navidad es así la proclamación de la dignidad de todo ser humano. Porque el hombre sólo es digno de Dios y de su amor: somos hechura de Dios, creados por amor y para el amor de Dios sin límites. Este es el fundamento de la verdadera dignidad de todo ser humano.

Acojamos al Niño Dios que nace en Belén para nuestro bien y nuestra salvación y las enseñanzas y los frutos de la Navidad sean provechosos en nuestra vida. Os deseo a todos una feliz y cristiana Navidad.