El resultado electoral del pasado jueves ha vuelto a dejar en estado de trance, no sólo a los dirigentes políticos, víctimas del desafecto de los catalanes, sino a la población en general que ansiaba una tregua en el clima de crispación política de los últimos meses.

A día de hoy, el candidato a la presidencia de la Generalitat es un señor que se fugó a Bélgica al día siguiente de declarar la independencia, que se montó su lista particular para las elecciones, arrinconando a la vieja Convergencia, y que ha intervenido en los mítines a través de un plasma.

Mientras, en la Cataluña que él dejó atrás, ha desaparecido el tejido empresarial, sube el paro por encima de la media española, y se volatiliza la inversión extranjera. Pero los votantes, envueltos en el manto sentimental de la independencia prometida, no han prestado ni atención ni crédito al descalabro económico. Oriol Junqueras, desde la cárcel de Estremera donde pasará las Navidades, debe tener dificultades para superar el estupor de verse votando para la presidencia al compañero de filas que se largó sin avisar.

Por lo tanto, cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo, nos enteramos de que Junts pel Cataluña estudia con un bufete de abogados la posibilidad de que Puigdemont intervenga en el pleno de su propia investidura a través de una televisión. No contento con esto, pretende también que Rajoy se desplace a Bruselas para mantener un encuentro con el y empezar un diálogo que resuelva la crisis de Cataluña con el Estado.

Dice no poner condiciones previas al encuentro pero recuerda que «la Republica ya está proclamada, el mandato del 1 de Octubre tiene la ratificación del 21 D, que ha sido una segunda vuelta del referéndum y con las reglas impuestas por el Gobierno español». Dicho lo cual, ya sabe Rajoy a qué atenerse.

La gravedad de todo esto, porque es muy grave, es que más de dos millones de catalanes apoyan, contra toda lógica, este planteamiento. Recuperar para la convivencia común a un sector tan amplió de la ciudadanía se antoja tarea imposible y, sin embargo, hay que intentarlo porque si no la cifra seguirá creciendo. No se pueden creer semejante sarta de despropósitos salvo que uno se sienta vejado y humillado hasta extremos insoportables. Por tanto, pese a la cerrazón y la ceguera de los responsables del PP, que han creído, con Rajoy a la cabeza, que solo con ignorarla la pena se pasa, hay que buscar nuevas fórmulas de convivencia donde quepamos todos.

Pero primero tendrá que haber nuevo Govern en Cataluña y la investidura no está clara. Y las urnas, pese a su triunfo, no exoneran de las responsabilidades judiciales en un estado de derecho y menos frente a delitos tan graves como los que se les imputan. Todavía queda mucho por ver en esta historia interminable.