La operación de mercadotecnia muñida por el equipo de gobierno del Consell de Formentera (Gent per Formentera) a favor del independentismo en Cataluña ya tiene un aliento fétido zurcido con la interpretación de un sainete burlesco. El formenterer Jaume Ferrer lleva mucho tiempo respirando esa fragancia castiza que se cuela por el perfil institucional en redes sociales, en ruedas de prensa y mediante lazos amarillos impresos en la agenda de la filmoteca de la Mola de enero y febrero, o maniatados en ramas de olivos que no ganan para disgustos entre la Xylella fastidiosa y estos atuendos catetos. El perfil de las redes sociales del Consell de Formentera se refugia en informaciones de la nueva escuela Rufianiana o la vieja de Macià y Companys con el fin de dar al ‘me gusta’ y retuitear. Una institución está al servicio de los ciudadanos y debe desempeñar una función de interés público. No es tarea del Consell de Formentera discriminar a quienes piensan diferentes a ellos, porque entre sus votantes quizás ya tengan más de un enemigo innecesario. Estos gobernantes zurrapos en la era de la posverdad y su vocero buhonero de simplón se excitan como nunca con estos mensajes pasionales, que de lo único que sirven es para certificar aún más que su preocupación está puesta en Cataluña y no en Formentera, lugar donde gobiernan gracias a parte de los ciudadanos. ¿Qué pensarán ellos (los vecinos)? ¿Se les habrá quedado cara de idiotas y descolgado la mandíbula? Quizás, estimado lector, este asunto le pueda parecer de poco cuidado. O quizás no. Quién sabe. Lo que sí le voy a decir es que las grandes ciudades (una isla en este caso) se hacen a partir de la herencia o a partir de la voluntad. Ser el ozonopino de la democracia con estos ejemplos no es de buen recibo. Incluso menos pescar mejores truchas en río revuelto.