A nadie le gusta ver desaparecer los establecimientos que ha conocido desde niño. En especial aquellos que asocia con momentos especialmente felices. Pero la vida tiene su propio relato y las ciudades se transforman, a veces para bien y a veces para mal. No es fácil predecirlo. Comprendo el disgusto y la desazón que mucha gente experimenta al conocer el cierre de la librería Vara de Rey. A mí me pasó algo parecido hace unos días cuando comprobé en Palma que había cerrado la librería Fondevila, en la Costa de sa Pols, junto a la Rambla. Fue fundada en 1893, que se dice pronto, y no recuerdo haber comprado mis libros de texto en otro sitio hasta que llegué a la universidad. No puedo calcular el dinero que me habré dejado allí en libros, pero se acabó. Pero con tanta gente disgustada, solo puedo preguntar a todos aquellos que se lamentan cuál fue la última adquisición que hicieron en la emblemática librería camino de la extinción. Yo no hace muchos días compré ‘El Pitiús’ del Institut d’Estudis Eivissencs. ¿Y usted? Las ciudades se transforman y en el sector comercial en Ibiza no está sucediendo más que lo que ha sucedido antes con los pisos: que los propietarios prefieren alquilarlos caros a gente de fuera que vete tú a saber qué hace con ellos, que arrendarlos a mucho menor precio pero a un negocio que lleva allí toda la vida. Eso es lo que estamos haciendo con la isla entre todos, cargándonosla a cada día un poco para hacernos algo más ricos. Nos iremos a la tumba forrados y nuestras ciudades serán cada vez más iguales, con las mismas cadenas de bares, restaurantes y tiendas. Pero yo ya aviso: no tomaré café en Starbucks habiendo una cafetería de las de siempre donde hacerlo. Todos nosotros tenemos mucha culpa de lo que pasa en nuestras ciudades y no vale lamentarnos. Es tarde ya.