En el pasado Fitur, que yo llamo ‘Fritur’, pasé por el stand de Ibiza donde salude a Amalia Sebastián y luego me fui
al cercano stand de Euskadi a escuchar a la responsable vasca de turismo, que presentaba una guía gastronómica, decir desde el púlpito que «el turismo es cultura y la máxima representación de la cultura es la gastronomía», ¡ándele, miija! Luego pasamos todos al bar a atiborrarnos (dándonos codazo) de ‘pintxos’ sin la ‘ch’. Yo creía que la máximas representaciones de la Cultura son Händel, Vermeer, Spinoza, Don Quijote, Dante o Confucio, pero no, para aquella alta representante, Arzak o Chicote (ese que echa broncas porque las sartenes están sucias) o Jordi de Monsterchef son los que representan la Cultura, la suya, supongo, no la eterna, lo cual no quiere decir que Arzak sea grande en su oficio, que lo es y mucho. Ahora, pienso que hacer con un soplete unos güevos escalfados en lecho de higos chumbos (con las espinas servidas aparte) tiene menos mérito que escribir la Enciclopedia Británica de una tacada. Hay muchos restaurantes buenos en los que se come muy bien, por ejemplo en Ibiza, con gente muy trabajadora que no se sobredimensiona; elevar las cosas más de la cuenta es contraproducente porque al final alguno se puede creer que es más importante leer las críticas que muchos desaprensivos hacen en Tripadvisor, perjudicando a un restaurante familiar, que leer La cocina cristiana de Occidente de Cunqueiro, que eso sí es cultura. La culinaria es importante pero no puede ocupar y desalojar la verdadera cultura, porque si es así, todos seríamos muy cultos: primero comer, luego filosofar, pero lo que vale es el filosofar, eso es lo que precisamente nos ha civilizado y permitido comer muy bien.