Será mi parte buenista, tan criticada por muchos (lo prefiero a ser malista), pero a veces me da lástima Carles Puigdemont-persona. No el ex president de la Generalitat, que tanto daño ha hecho a muchos, incluyendo -y en esto me alegro, conste- a los de su causa. Pero sí ese Puigdemont que se ve solo, dolido con lo que interpreta como una traición de buena parte de los suyos y que, como los imputados o investigados por delitos varios, anuncia ‘urbi et orbe’ que se retira del cargo que fuere para dedicarse a preparar su defensa y recuperar su buen nombre. Patético en alguien que se creyó un héroe como Companys, aunque en su trayectoria política estuviese tan equivocado como aquel antecesor.

Una vez expresada mi simpatía a la persona, a lo Concepción Arenal - ’odia el delito y compadece al delincuente’--, debo dar la razón a Marx cuando decía que la Historia se repite siempre dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Resulta tan ridículo este episodio de los mensajes a través del móvil, ‘captados’, casualmente o no, eso es lo de menos, por una cámara de televisión, unos mensajes en los que Puigdemont se reconoce derrotado por La Moncloa y pone fin -se acabó»- a su galopada, que a mí me parece hasta difícil de creer. O me lo parecería si el propio Puigdemont, aludiendo a su condición humana, con sus momentos de debilidad y duda, no hubiese ratificado el contenido del tan traído y llevado mensaje telefónico dirigido a alguien como el ex ‘conseller’ Comín, huido, como el propio ex president, en Bruselas.

Me parece que, igual que usted, que la mayoría, no estoy entendiendo gran cosa, la verdad: ¿se trataba de hacer público, como casualmente, el contenido del mensaje telefónico?

¿Fue una indiscreción de Comín, un descuido? ¿Una tarascada a los que, desde Esquerra y desde el propio PDeCat, se revuelven contra las trapisondas de Puigdemont? Ya digo que eso es lo de menos: lo importante es que el mensaje ha sido ratificado por quien lo emitió, aunque ahora lo matice con protestas de que no tira la toalla, que piensa seguir en su lucha, una lucha, por cierto, que cada día que pasa más gente abandona. Le quedan veinte partidarios acérrimos, y están contados y tasados, y casi ningún apoyo económico: ya le han dicho gentes que le quieren que tendrá que buscarse un trabajo en la capital belga.

Puigdemont ha demostrado ser un descerebrado político, alguien que creyó, sin tener las condiciones para ello, que podría ser un salvador de una patria que más de la mitad de sus habitantes no consideran como tal, al menos en la concepción más dura del separatismo. Ni supo administrar su derrota ni ha sabido gestionar su relativa victoria en las urnas: estaba demasiado feliz echándole un pulso al Estado que representa a la décima potencia del mundo. Temo por él que lo va a pagar caro. El ‘procés’ ha fracasado, y La Moncloa, es decir, Rajoy, es decir, Sáenz de Santamaría, y con ellos todos, han, hemos, ganado, aunque no hemos de echar las campanas al vuelo, ni mucho menos; pero el otro proceso, el que lleva a la cárcel, es ya para él imparable: le queda el autoexilio permanente o el ingreso en la Estremera que le toque.

Lo peor es su herencia envenenada -reo que ya podemos hablar en estos términos: herencia es lo que deja alguien que ya anda en trance de partir-

-. Quién sabe cuáles van a ser las consecuencias de todo lo actuado desde la Generalitat en los seis últimos años, y de lo no actuado desde los gobiernos centrales en el mismo período. En todo caso, las cosas no podían seguir así, y todos lo veíamos, excepto el propio Puigdemont, sus artadis y sus turulles. Ahora, por lo menos el primero parece haberse dado cuenta, aunque ahora trate de remediar y matizar sus propias palabras, de que él y los suyos galopaban hacia el abismo. Y hacia allá nos arrastraban a los demás. Nos toca empezar a pensar en que, como aquel 23-F nos vacunó contra el golpismo militar, el ‘procés’, tan desastroso, nos va a vacunar para mucho años del involucionismo político. Por fin vamos a tener algo que agradecer, confío, al descerebrado, desdichado, Puigdemont.