La Gala de los Goya se convirtió el pasado fin de semana en un nuevo escenario para la reivindicación femenina donde actores, directores y guionistas reclamaron la igualdad de oportunidades plena y la equiparación salarial, no solamente en el mundo del cine, sino también en una sociedad en la que todavía muchas mujeres son tratadas como ciudadanas de segunda. Como dijo una Leticia Dolera sin andamios, cómoda en su esmoquin de terciopelo y libre de artificios, es difícil clamar igualdad «en un campo de nabos». Y es que la mayoría de los nominados, presentadores y académicos fueron y son hombres. Pero ese no es un motivo para justificar la discriminación positiva ni para exigir cupos. Nosotras no queremos abanderar la revolución de los floreros presa de un falso progresismo. No necesitamos que impongan cupos en juntas directivas ni en gobiernos. Somos tan eficaces profesionalmente como ellos y lo único que exigimos es tener las mismas posibilidades y puertas a las que llamar. Ni más, ni menos. Si después la suma no es cinco más cinco, sino seis más cuatro, o siete más tres, y en todos los casos los baremos se ciñen a valía, nos calzaremos el orgullo en nuestros maravillosos bolsos y seguiremos ‘jugando’. El verdadero problema es que, en la práctica, en esta realidad viscosa en la que nos manejamos, ellos lo tienen siempre más fácil a la hora de abrirse camino en un mundo en el que no se les enganchan los tacones en los prejuicios de la edad, del talento o de la conciliación familiar.

Hay quienes se alarman por un nuevo feminismo que llega para quedarse y que no necesita quitarse el sujetador ni esconder la melena para demostrar su inteligencia. Una nueva corriente que deplora esa demagogia barata que lleva a muchos a desdeñar las indicaciones de la RAE y dirigirse al público como «amigos y amigas». No, señores, no pedimos palabras sino hechos. El genérico masculino no nos ofende, lo hace mucho más que nos llamen ‘señoritas’ con 40 años y con una licenciatura creyendo que así nos sentiremos mejor y menos mayores. A mí no me insulta aparentar mi edad sino tener que esconderla. Personalmente lo que me ofende no es que a alguien no le guste cómo escribo, sino que su forma de criticarlo sea meterse con mi físico.

Habrá quienes, si han llegado hasta este punto del artículo, se muevan incómodos en sus sillas queriendo dar la vuelta a una tortilla que ya está hecha y ha cuajado a las mil maravillas. Esos que piensan que no podemos quejarnos y que nosotras somos las culpables de nuestra ignominia. Los que sentencian que si la lupa está puesta constantemente en nosotras es porque nos gusta, y que si no llegamos es por falta de velocidad o de fuerza. ¿Por qué si no invertimos entonces horas en ir a la peluquería, en escoger vestuario y acudimos a eventos hechas un pincel? La respuesta es tan sencilla que tal vez no la entiendan. Porque nos gusta.

Somos simple y sencillamente diferentes en aficiones, ni más ni menos. Nosotras tampoco comprendemos, en muchos casos, a los amantes del fútbol o de los videojuegos y no por ello los tachamos de frívolos o de simples. Incluso, en muchas ocasiones, se invierten los papeles y las aficiones se intercambian o comparten entre géneros, aunque me temo que los mismos que todavía se menean con ganas de terminar este texto dirán que eso tampoco es natural.

Esto no va de postureo, sino que es un golpe en la mesa en toda regla. Nosotras, las de la generación de la EGB y el amor por la ortografía, tuvimos la suerte de poder mirar al futuro con esperanza y compartir nuestras vidas con parejas que nos respetaban, nos admiraban y nos veían exactamente como somos: maravillosamente diferentes, pero exquisitamente iguales. Hoy, las nuevas generaciones parece que han olvidado el pulso de los conocimientos más básicos de la cultura y de la gramática y con ello se han desprogramado, recuperando el machismo más burdo y ancestral que hemos visto desde que nuestro país es una democracia. Adolescentes pegando a sus novias, acotando sus vidas con un control que aterra y jóvenes tan sexualizados que han olvidado el aroma del amor basado en la amistad y en el respeto. Generaciones perdidas, sin sueños y con demasiadas cosas materiales que les impiden ver más allá y construir un futuro mejor.

Estos gestos, estas patadas en la puerta, estas segadoras dispuestas a terminar con siembras yermas, solamente pretenden retomar el buen camino a algo que no es otra cosa que coherencia pura. Las palabras más sensatas de una velada en la que ni el hashtag de la ceremonia #MASMUJERES tenía tilde, las puso Javier Bardem, aunque a muchos también les pesase, porque nadie es profeta en su tierra. Bardem, quien ha ganado cinco Premios Goya, un Globo de Oro, un BAFTA, el premio del Festival de Cannes al mejor actor y un premio del Sindicato de Actores, es el primer actor español en ser nominado a tres Óscar y en hacerse con uno, pero para muchos no pasará nunca de su personaje de ‘Jamón, Jamón’. Y sí, con sus ‘Huevos de Oro’ bien puestos aseguraba en los Premios Goya que lo que hoy estamos viviendo “pone en evidencia lo evidente y es anacrónico». Y, simplemente, lo es. Que sigan muriendo mujeres a manos de quienes deberían abrazarlas es anacrónico, que sigan acosando sexualmente a mujeres en sus puestos de trabajo es anacrónico, que se siga violando, en solitario o en manada, insultando, vejando y maltratando a mujeres es propio de animales con instintos tan primarios que nosotras, esas mismas mujeres a las que destrozan, no alcanzamos a entenderlos. Tal vez porque son actitudes propias del medievo.

Esta gala de los Goya fue soporífera, como todas, pero nos recordó que lo que pedimos todas, fuera y dentro de las alfombras rojas, es erradicar los latifundios de nabos para plantar verduras variadas que nos representen y que nos hagan más sanos y más felices a todos, hombres y mujeres. Por cierto, guapísima Penélope Cruz colgada del brazo de Bardem con su impecable estilismo firmado por Versace. ¡Qué suerte tener talento, un Oscar, tres Premios Goya, el Premio BAFTA y el Premio David de Donatello y encima ser guapa y encantadora! La pena es que nosotros, los medios, hayamos hablado más de los vestidos y del estilismo de nuestras grandes actrices que de sus logros. La revuelta empieza por dentro.