El número 22 del paseo de Vara de Rey se llenó el pasado sábado de centenares de almas entre flores y oraciones. Era el día de decir adiós a la Librería Vara de Rey, una parada diaria en la que los lectores han dormido entre clásicos y cafeteado y picado su tabaco con la prensa de papel. Unos se acercaron para rendir tributo a la amabilidad y entrega de sus empleadas, otros para comprar mercancía invendible cuando su despertar era lo normal y algunos se plantaron allí por mero accidente. Lectores pocos, malos lectores la mayoría. Era el día y el lugar para ir de cultureta, cuando tan sólo pudieron presumir de compradores malos o regulares en medio de un roperío fatigado con la luz apagada. Los únicos amigos de los escritores son los lectores, no los prestados. Más de uno comentó que si esta postal se hubiese dado habitualmente, el local no hubiera firmado su adiós definitivo. No les faltó razón, pero ya es tarde. El sábado transité por los alrededores del local. Ni entré ni compré. Mi despedida ya se la brindé entre clásicos cuando estaba vivita y coleando. Ese era el momento en el que estas almas deberían haber abarrotado sus rincones. Lo cierto es que otras veces preferí comprar textos a través de Internet por urgencia, en vez de esperar dos o tres interminables semanas. Los motivos del adiós de la Librería Vara de Rey son de sobra entendibles. El paseo de Vara de Rey ya es una zarzuela de especulaciones. Sus puertas se abren de piernas para el mejor postor. Ahora está sobre la mesa la duda de si los libros dejarán paso a un lugar chic con café suculento de la cadena internacional Starbucks. Quién sabe. Al final la acabaremos frecuentando como si nunca hubiera habido una librería. Y, quizás, Rafa Ruiz lo acabe publicando en Twitter. Puro postureo.