A veces cuando criticas a Pablo Iglesias o a Anna Gabriel y no apruebas su cainismo y dudas de sus capacidades, pues entonces presto te sale el adoctrinado de turno y te espeta que estos dos, y otros de su cuerda, son muy listos porque son profesores universitarios asociados o disociados. Bueno, ¿y qué?, no son astronautas de la Nasa, o sí. Como en todos los gremios, en las universidades españolas hay gente muy buena y luego hay gente que ha subido porque son del partido del rector que, casualidades de la vida es de extrema izquierda o independentista, o porque por el sistema endogámico que se da en todos los departamentos, suele obtener la plaza no el mejor profesor que viene de Harvard o el mejor médico que viene del Monte Sinaí, sino uno del departamento que lleva años estabulado y esperando su momento. En Columbia o Harvard buscan los mejores del mundo, en España buscamos los mejores entre los tres o cuatro de aquí al lado. Que Pablo Iglesias o Anna Gabriel sean profesores de universidad, no significa absolutamente nada, ni suma créditos para que debamos admirarlos o quedarnos anonadados cuando hablan. Las carreras de Humanidades en algunas universidades españolas siempre tuvieron grandes profesores y lo mismo se puede decir de los institutos de enseñanza media, que tenían de profesores a intelectuales de la talla de Domínguez Ortiz o de Gerardo Diego, y en el caso de Palma también a verdaderas eminencias como Eusebio Riera o Álvaro Galmés que daba clases de griego en el Instituto Ramon Llull y uno de cuyos alumnos fue Carlos García Gual, recién nombrado académico de la Real Academia de la Lengua. El sistema educativo ha degenerado, no cabe duda; la excelencia está ahora por los suelos. El cualquiera para todo, se impone.