UMe resulta muy difícil explicar la cantidad de emociones que me atravesaron durante la histórica jornada del pasado 8 de marzo. Se nos dijo que era un protesta elitista, que era una protesta ‘pija’, que dábamos la espalda a la realidad social del país y que éramos sólo una minoría. Pero la tozuda realidad desmintió todo esto y mostró una realidad clarísima: la mujeres estamos hartas.
Estamos hartas de estar siempre bajo sospecha por el sólo hecho de ser mujeres. Estamos hartas de la violencia cotidiana que soportamos a lo largo de toda nuestra existencia, del acoso, de las malas palabras, de la violencia sexual o -lo que es peor- del miedo a sufrirla, lo que te vuelve desconfiada, paranoica, vulnerable y que te victimiza de por vida. Estamos hartas de ser el eslabón más débil de la sociedad, quienes sufren de manera más despiedada las dentelladas de la crisis, la precariedad y la degradación de las relaciones laborales. Hartas de asumir el enorme peso de la responsabilidad que comporta la maternidad y, cambio, ser vilipendiadas, caricaturizadas, ultrajadas por medios de comunicación de masas que te esterotipan, cosifican y te convierten en mercancía.
Sabía que algo estaba cambiando el pasado verano, a causa de la indignación que provocó que el juicio a los agresores sexuales de una muchacha en Pamplona –el caso de ‘la manada’– se convirtiera, gracias a la complicidad del juez y de los medios de comunicación sensacionalistas, en una campaña de acoso y derribo contra la víctima. Es sumamente doloroso ver de qué forma el patriarcado corroe hasta la médula conciencias y comportamientos, y lo profundo que alcanzan sus raíces en algunos estamentos del poder judicial y político. Cómo el patriarcado coloniza mentes y actitudes, señalando y toda aquella mujer que se aparta del camino de la sumisión.
Pero todo esto ha cambiado porque las mujeres nos hemos puesto en pie y os aseguro que ya nunca nada volverá a ser lo mismo.
Y llegados a este punto, no puedo más que decir una cosa a mis compañeros, amigos y colegas: no temáis, porque cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede. El feminismo –y hay que declararse orgullosamente feministas– no ha matado a nadie, y el machismo sí. El machismo mata cada día. Y esta lucha justa va en favor de todos. Porque queremos una sociedad más justa, no sólo para las mujeres, sino para todo el mundo. Porque una sociedad justa con las mujeres será una sociedad justa. Punto. Y eso es algo a lo que todo el mundo -hombres y mujeres- debemos aspirar.
Y llegados a este escenario, también es necesario que las mujeres nos despojemos de todos los prejuicios con los que el patriarcado también ha colonizado nuestras mentes. Cuántas veces hemos oído eso de que «las mujeres somos malas y las primeras de criticarnos entre nosotras», cuántas veces ha sido también otra mujer quien, en una entrevista de trabajo, nos ha señalado el inconveniente de ser madre, de formar una família o de querer conciliar, si lo que queremos es progresar en una empresa. Cuántas veces son las propias mujeres, cuando obtienen el éxito económico y social, las primeras en renegar del feminismo al ponerse a sí mismas como ejemplo de que existen la igualdad de oportunidades.
No caigamos en el ‘síndrome de la abeja reina’. No perpetuemos los roles de dominación y explotación del patriarcado. Seamos siempre fraternas e iguales. Aprovechemos nuestro poder para transformar la sociedad y convertirla en un lugar más humano y vivible, en una sociedad justa y solidaria. Una sociedad que sea el reflejo de lo que somos. Una sociedad empática con el débil y el distinto. Una sociedad, en definitiva, mejor.
Porque la hora de las mujeres ha llegado. Muchas cosas cambiarán, pero no temáis, será a mejor.