Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. El Señor añade que, si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. La humildad de su pasión manifiesta la exaltación de su Resurrección. Jesús nos ha redimido a través de su Muerte y Resurrección. San Pablo en su carta a los Filipenses nos dice que Cristo se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz, y por eso Dios Padre lo exaltó sobre toda criatura. La Muerte y Resurrección de Cristo constituye una lección y un estímulo para el cristiano, que ha de ver en todo sufrimiento y contrariedad una participación en la Cruz de Cristo que nos redime y nos exalta. Si el grano de trigo muere produce mucho fruto. Jesús ha hablado de su sacrificio como condición para entrar en la gloria. Lo que vale para el Maestro, también se aplica a sus discípulos. El Señor Jesús que es todo, que tiene todo, y no necesita de nada ni de nadie, quiere que le sirvamos con amor para que la salvación operada por Él llegue a todos los hombres. Lo esencial en nuestra vida es seguir a Jesucristo. Esto es y significa acompañarle tan de cerca, que vivamos con Él, como aquellos primeros doce.

Para identificarnos con Cristo hay que poner en práctica estos cuatro verbos: buscar, encontrar, tratar y amar a Cristo.

«Ahora mi alma está turbada; Y ¿ que diré?. Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora». Jesús ante la evocación de la muerte que le espera se dirige al Padre con una oración muy parecida a la de Getsemaní. De este modo el Señor, en cuanto hombre, busca filialmente apoyo en el amor y en el poder de su Padre Dios, para fortalecerse y ser fiel a su misión. Es un gran consuelo y estímulo para nosotros, tantas veces débiles en el momento difícil de la prueba: «Tu eres Señor, mi fortaleza y mi refugio» (Sal.31,4).