El vodevil catalán suma y sigue y es que ayer la exdiputada Marta Rovira hizo las maletas y dejó una notita al juez Llarena y a sus fans (que no votantes) diciéndoles que les quiere mucho pero que a ella esto de ir al trullo no le mola nada y que se exilia a Suiza a comer queso y a tomar cafeses con la Infanta Cristina. Hay que ser muy cobarde y miserable para saltar del barco como una rata después de todos estos meses en los que ha mentido y manipulado a sus fans poniéndolos incluso delante de las porras de la policía y llamando a la desobediencia. Puigdemont, Rovira o la Gabriel están haciendo bueno a Junqueras que de manera consecuente y coherente se plantó delante del juez y está apechugando con lo que hizo sin rehuir sus responsabilidades. Por más que lo repitan una y otra vez no nos olvidemos de que no los van a juzgar por sus ideas si no por sus actos. Sabían perfectamente que más temprano que tarde tendrían que pasar cuentas con la Justicia, una justicia que aunque sea imperfecta es la que nos hace ser un estado de derecho, nos guste más o menos. Si yo les hubiese votado me sentiría engañado. Son un fraude. Hasta ahora el nacionalismo catalán ha sido el del trinque, el del 3%, el de una TV3 mucho más sectaria que la TVE del PP o el del pujolismo y los ‘millets’. Me encantaría escuchar a los nacionalistas catalanes hablando de mejorar su financiación para invertir más en sanidad, educación, igualdad o dependencia y no tanto en inmersión lingüística, embajadas, referéndums o pensiones vitalicias para ex presidents. Lo peor de todo esto es que no hay una salida fácil y por más que se repitan elecciones la cosa está como está y el inmovilismo de unos y otros no ayuda demasiado. En esta batalla no puede haber vencedores ni vencidos y es que en ello nos va el futuro de todos y todas.