En Ibiza ocurren demasiadas cosas guarras, feas, desagradables que resaltan mucho más al tener un panorama de fondo maravilloso y unas aguas todavía cristalinas, al menos en invierno. Año tras año, miles de toneladas de basura sólida acaban en nuestras aguas, no digamos ya los desechos químicos que queman o asfixian literalmente la vida de nuestra posidonia y las especies que se refugian en ella para procrear y sobrevivir.

Por fortuna no lo veo, pero no hay forma de olvidarlo, porque las televisiones y la prensa escrita se hacen eco constante de nuestras desdichas. Desde El País a los medios británicos. Una de las peores imágenes: esta impresionante instantánea de las rocas de Cala de Bou, municipio de San José, impregnadas por las toallitas de fibra y de papel deshilachadas e indestructibles, cubriéndolo todo. A la luz del sol. Una costra asquerosa que yo reproduciría en todas las escuelas de Europa.

Otras veces los residuos viven una socavante existencia y obstruyen alcantarillas tan preparadas como las de grandes ciudades. Visto en la prensa nacional: “Una enorme y monstruosa bola de grasa bloquea las cloacas del este de Londres. La masa rocosa, una mezcla de toallitas húmedas, pañales y aceite, pesa lo que cuatro ballenas jorobadas y es más larga que dos estadios de Wembley”.

Aquí tenemos la clave: condones, toallitas no degradables, pañales con su capa de plástico, colillas. Y mutatis mutandis tenemos a los autores. En invierno revientan sus ciudades europeas y aprovechan en verano para reventarnos nuestras depuradoras, que no dan abasto ni funcionando bien. Obstruyen las estaciones de bombeo. En definitiva, sólidos y líquidos acaban por desembocar al mar sin apenas ser filtrados.
¿Solución? Usar papeleras. Usar la cabeza.
@MarianoPlanells