El recuerdo y la celebración de las fiestas de los santos son siempre para nosotros un motivo de gozo y un estímulo. Porque ellos supieron ser fieles a la llamada de Dios. Y todos nosotros estamos también invitados y llamados por Dios a la santidad, a vivir con fidelidad nuestra vida. Aquí en nuestra Diócesis de Ibiza y Formentera este mes tenemos tres fiestas de Santos, titulares de parroquias, y ello es una buena ayuda para nuestra vida de fe cristiana: San Francisco de Paula, San Vicente Ferrer y San Jorge.

Quiero en esta ocasión comentar un poco cosas de San Vicente, que este año su fiesta ha tenido un interés especial pues precisamente el 5 de abril se comienza el sexto centenario del final de su vida en esta tierra, pues nació el 23 de enero de de 1350 en Valencia y murió el 5 de abril de 1419 en Vannes, ciudad francesa. Personalmente le tengo una devoción especial porque fui bautizado en 1955 dándome su nombre y desde entonces llevo en mi persona una medalla con su imagen.

Nació en una familia buena y cristiana, con tres hijos y tres hijas y los padres se distinguían por ser personas virtuosas y muy dedicadas a la caridad con los pobres.

En 1370, a sus veinte años, Vicente se incorpora por la profesión a la Orden de Santo Domingo. Es un joven de inteligencia prodigiosa, viva imaginación e ingenio penetrante. A los veintiocho años recibe, con calificación «Summa cum Laude», el doctorado en Teología y se dedica a la enseñanza de la ciencia sagrada durante ocho años en las universidades de Valencia, Barcelona y Lérida.

Le inquieta la situación de su cultura, bloqueada por tendencias irreconciliables. Medita el Evangelio de Jesucristo y se siente llamado por Cristo a evangelizar Europa. A partir de ese momento recorre comarcas de España, Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Italia e Inglaterra, predicando en plazas, caminos y campos. En sus predicaciones por diversas ciudades de Europa, era seguido por multitudes que lo acompañaban en sus itinerarios, entre ellas un séquito de flagelantes que se azotaban las espaldas como purga de sus pecados. Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas), pero los oyentes no se cansaban ni se aburrían porque sabía hablar con tal emoción y de temas tan propios para esas gentes, y con frases tan propias de la Sagrada Biblia, que a cada uno le parecía que el sermón había sido compuesto para él mismo en persona. Antes de predicar rezaba por cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oírle.

Su tema es la conversión personal y colectiva; invita a salir de costumbres de muerte para lanzarse a los riesgos de una vida nueva; llama a reflexionar sobre el futuro, comenzando su construcción en el presente. La imagen más utilizada en su predicación es la del juicio final que anuncia inminente y del cual él se presenta como el ángel del Apocalipsis.

Respalda este anuncio con una vida austera y penitente, hace de la pobreza su actitud más característica. La participación en la Eucaristía y la búsqueda en la oración son el centro de su vida que armoniza con un carácter franco y jovial. Confirma su predicación con una acción directa con los pobres y necesitados. Su palabra conmueve el corazón de las multitudes, que, haciendo pública penitencia, abandonan sus situaciones de pecado. Vicente Ferrer además será árbitro de una Europa dividida política y religiosamente.

Entrega su espíritu a Jesucristo en la ciudad de Vannes (Francia) el 5 de abril de 1419 a la edad de 69 años. San Vicente Ferrer fue canonizado por Calixto III el 29 de Junio de 1455. Su cuerpo se conserva en Vannes.

He deseado comentar algunas cosas de San Vicente para bien nuestro. Los santos interceden por nosotros. En virtud de que están en Cristo y gozan de sus bienes espirituales, los santos pueden interceder por nosotros. Los santos son modelos. Debemos imitar la virtud heroica de los santos. Ellos nos enseñan a interpretar el Evangelio. Los santos, además de interceder por nosotros y concedernos favores, nos sirven como modelos a imitar en la vivencia de virtudes, como ejemplos de padres de familia, de misioneros, de católicos comprometidos, etc. Son personas que han entregado su vida y que Dios nos los pone como puntos de referencia. Por eso, la buena celebración de los santos que hacemos en nuestra Diócesis con tanta participación que sea una buena ayuda para nuestro mejoramiento.