En la política española hay cosas de las que sabemos mucho y otras de las que apenas sabemos nada. Quieren que sepamos mucho de algunas cosas y de otras quieren que sepamos poco o nada. Es la batalla de la propaganda que ahora se llama posverdad. Por ejemplo, del máster de La Cifu lo sabemos casi todo. De los ERES sabemos algo, pero poco, apenas conocemos sus detalles escabrosos. De los altercados gravísimos de Lavapiés también lo sabemos todo, pero nos han hecho saber que ese asunto ya no tiene importancia, por lo que ninguna concejala twittera debería dimitir. De Bankia y Rato lo sabemos todo, de Caixa Catalunya sabemos poquito. De Pujol y sus maniobras sabemos poquito. Poquito sabemos de dónde iba exactamente destinado el dinero que Montoro enchufaba en Cataluña, parece que algunas partidas no se han aclarado, pero sí sabemos que cuando a estos chicos llamados presos políticos les pide el juez una fianza, en segundos la tienen depositada por cuantiosa que sea. De Matas lo sabemos todo y de Urdangarín casi todo, pero (supuestamente) de la primitiva financiación venezolano-iraní de Podemos no sabemos nada. De la beca de Errejón lo sabemos todo, pero eso parece muy poco. Empezamos a saber algo de las desaladoras del PSOE, pero el tema está volviendo al baúl de los recuerdos. De Granados y González de la Comunidad de Madrid lo sabemos todo, hasta dónde estaba su ático. De Bárcenas lo sabemos todo, incluso que esquiaba y lo que no sabemos nos lo han hecho saber, como el supuesto asunto de los sobres. De aquellos contratos de Més no sabemos nada. “Lo que quieren que sepamos y lo que no quieren que sepamos”: he ahí nuestro dilema.