Jesús se presenta como la verdadera vid. La imagen de la vid y los sarmientos nos habla de la necesidad de permanecer unidos a Jesucristo por la fe y el amor. Aunque es cierto que la fe es el comienzo de la salvación, y sin fe no podemos agradar a Dios, también es verdad que la fe viva ha de dar el fruto de las buenas obras. Para dar frutos gratos a Dios no basta haber recibido el Bautismo y profesar externamente la fe, sino que hace falta participar de la vida de Cristo por la gracia y colaborar en su obra redentora. El Señor describe dos situaciones: la de aquellos, que, aún estando unidos a la vid con vínculos externos, no dan fruto, y aquellos que pueden dar más fruto, más buenas obras. En efecto, ¿ quién de nosotros no puede ser más humilde, más amable, más caritativo….?.Dios, a quien no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. El Señor purifica a los suyos a través de la contradicción y las dificultades, que son como una poda. Aquí podemos ver, una vierta explicación del porqué del sufrimiento. Jesús sigue sacando consecuencias de la comparación de la vid y los sarmientos. El que permanece en Mí y yo en él, ese da mucho fruto. Sin Mí no podéis hacer nada, nos dice Jesús. Pero con Jesús lo podemos todo. Todo lo puedo en Aquel que me conforta, dice San Pablo. El Concilio Vaticano II, citando este pasaje de San Juan, enseña cómo debe ser el apostolado del cristiano, cómo debe brotar en nuestra vida la fecundidad apostólica.

Jesús, enviado por el Padre, es la fuente y origen de todo el apostolado de la Iglesia. El apostolado de los laicos para que sea fecundo depende de la unión vital que tengan con Cristo. La vida de unión con Cristo se alimenta, se refuerza y se nutra con la ayuda espiritual común a todos los fieles, sobre todo mediante la participación activa y consciente en la Sagrada Liturgia. Permanezcamos unidos a Cristo por la gracia, como los sarmientos unidos a la vid. Dice Jesús: El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá. Por esta razón todas las oraciones de la Iglesia, dirigidas a Dios Padre terminan con estas palabras: Por Jesucristo Nuestro Señor. Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá, porque a quien llama se le abre, y a quien pide se le da. Pidamos lo mejor para nosotros y para los demás que el Señor conoce y quiere darnos.