El grado de vileza y abyección que está mostrando la incomprensible deriva del Partido Popular presagia su merecida condena a la irrelevancia en las próximas citas electorales. Amén.

Gobernar proviene del término latín «gubernare», pilotar una nave, algo que realiza el timonel o «gubernator» y de ahí la metáfora del Estado como nave: si el empeño principal del piloto ha de ser la preservación de su navío, es evidente que tanto la infinita frivolidad de Rodríguez Zapatero como la abulia de Mariano Rajoy han conducido a la nave del Estado español a mares procelosos plagados de escollos peligrosísimos. El primero de ese patético dúo, con su inane ligereza e ignorancia, sentó las bases del desafío catalanista de hoy y el segundo, con su indolencia, las ha consolidado hasta extremos indescriptibles: la ocurrencia de convocar elecciones tras una aplicación desganada, descafeinada e innecesariamente consensuada por tener mayoría absoluta en el Senado, del artículo 155 de nuestra Constitución debe figurar en los anales del desgobierno mundial, siquiera porque los intentos de golpe de Estado se reprimen pero nunca se conllevan.

Sin embargo, el inveterado político pontevedrés, que cuenta con décadas de dedicación exclusiva a la política, eligió minimizar su importancia y conllevar el absurdo desafío con la esperanza vana de volver cuanto antes al añorado «business as usual» de la politiquería ratonera habitual, en un ejercicio de voluntarismo imposible e indigno de quien ostenta la responsabilidad de pilotar la nave del Estado.

Este gobernante surgido de una mayoría absoluta que le confirió una consulta electoral en la que los votantes rechazaron de pleno, entre esperanzados y defraudados, el despropósito de dos legislaturas zapateristas, lejos de honrar tal confianza derogando sus más conspicuos desvaríos, los mantuvo en vigor pensando, erróneamente, que únicamente su gestión económica legitimaría, al fin y al cabo, su lamentable dejación de responsabilidades mucho más graves.

Hoy las encuestas van certificando, implacablemente, mes tras mes, su deriva hacia la irrelevancia; pero, lejos de reconocer sus graves errores y lo insostenible de su empecinamiento, sigue empeñado en atacar a quienes, únicamente, pueden contribuir a paliarlos. Él sabrá lo que hace.

Los designios de la Providencia son ciertamente inescrutables pero el del partido que él ha descuajeringado a conciencia, él, el del manejo magistral de los tiempos, es fácilmente previsible. Amén.