El hombre es el único entre los seres del mundo que ha sido digno de recibir de Dios una ley. Dotado de razón el hombre es capaz de regular su conducta, disponiendo de su libertad, para poder elegir entre el bien y el mal, y discernir la verdad y la mentira.

La ley natural está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y evitar el mal. La libertad del hombre es un gran honor y , a la vez, es una gran responsabilidad. La Ley evangélica está contenida en el ‘mandamiento nuevo’ de Jesús: Debemos amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar,- por el amor que infunde el Espíritu Santo- más que por el temor. Los diez mandamientos para expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano.

El apóstol San Juan, en su primera carta ( 3,18-24) nos dice: Este es el mandamiento de Dios: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu Santo que nos dio.