Un amigo austriaco, profesor de filosofía presocrática y católico pagano, despertó con una resaca de varios grados en la escala Richter, abrazado a un olivo de su finca de San Carlos. Inmediatamente rezó su plegaria favorita, sacada de unos versos del Rig Veda: «Señor, despiértanos alegres y danos sabiduría».

Oliendo a sol, con los tambores de Epaminondas atronando su clásica cabeza, puso rumbo al pozo para arrojarse unos cubos de agua fresca.

Pero antes sufrió un ataque de delirium tremens. O eso le pareció al principio. A sus pies se enroscaban unas brillantes serpientes en plena cópula amorosa y volvió a caer al suelo, dando alaridos como un ingenuo que teme caer bajo el influjo de lo mágico.

Cuando se puso de nuevo en pie, soltando pestes de las garrafas de vino payés que había abrevado durante la noche, comprobó que las bichas seguían dale que te pego. ¡No era un espejismo alcohólico! Sufrió la cólera de Aquiles y empuñó un garrote para acabar con los lúbricos ofidios. Pero justo cuando iba a golpear, el profesor recordó la leyenda del sabio Tiresias, frenó su mano y, con cierta resignación, peregrinó a Ca n`Anneta a tomar un Bloody Mary.

Según la leyenda, Tiresias pasó siete años de su vida metamorfoseado en mujer por dar un bastonazo a unas serpientes entretenidas en sexuales menesteres. Al cabo otro golpe cósmico lo devolvió a su condición masculina. Cuando los siempre curiosos griegos le preguntaban: ¿Quién goza más en el sexo?, el experimentado Tiresias respondía: «La mujer, nueve veces más».