Viví en Brighton algo más de un año. En el tiempo en que residí en Reino Unido cambié cuatro veces de alojamiento. Nunca en una vivienda para mí sólo. Eso allí es algo impensable para alguien con un sueldo medio, al menos de Londres hacia abajo. Alquilaba una habitación. Los precios oscilaban entre las 80 y las 120 libras a la semana. Unas 400 o 500 libras al mes. En Inglaterra tienen un problema con los precios de los alquileres. Y lo saben. Pero es un tema complejo de regular, y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato.
En la prensa británica aparecen continuas referencias a ordenaciones del mercado de los alquileres como las de París o Berlín. Dos ciudades en las que la demanda de vivienda supera con mucho la oferta y en las que se decidió tomar cartas en el asunto. En ambos casos, con sus diferencias, la fórmula básica es que la municipalidad fija un precio de mercado por calidad de la vivienda y zona. El metro cuadrado sale a tanto en ese barrio concreto y para ese tipo de edificio y el propietario que quiere alquilar puede jugar un 20 o un 30% hacia arriba o hacia abajo.
Inglaterra es una isla, tiene el espacio que tiene, y con eso deben apañarse sus residentes para construir. Respetando el patrimonio natural y agrícola. Todos estos problemas aquí nos suenan mucho. Por eso los reconocí cuando volví. Pero no podemos otorgar estatus de normalidad a lo que no lo es. Que una madre soltera tenga que compartir una cama de matrimonio con otra desconocida y su hijo, no es normal. Que se desahucie a gente en mayo para hacer negocio en verano no es normal. En Ibiza tenemos una crisis y hay que afrontarla como tal. Estudiándola, trabajando, observando a aquellos que ya la han afrontado: sus aciertos y sus errores. Ya vamos tarde en esto de ponerle el cascabel al gato.