Resulta grotesco comprobar cómo Ibiza se está llenando de unas empresas de seguridad privada bastante dudosas, al servicio de una gente más dudosa todavía y, en no pocos casos, gentuza sin lugar a dudas. Resulta habitual ver cómo en demasiadas casas, que presumen de lujo mientras dan de beber en repelentes vasos de plástico, se blindan con unos operativos de seguridad esperpénticos, con una serie de tipos hinchados de anabolizantes, mirada torva y absoluta falta de empatía que, en lugar de una supuesta protección, lo que garantizan es una segura desconfianza por si se les cruza algún cable.

Tales operativos son habituales desde hace años en los garitos comerciales que, por sus dimensiones, solo pueden hacer negocio con la masificación. Hay profesionales que saben hacer bien su trabajo, se los reconoce enseguida y existe un respeto, pero demasiado a menudo en los equipos se cuelan matones sin preparación alguna (todavía se notan más, pero su caso el respeto no existe). La responsabilidad es sin duda de la empresa por contratar a gente no apta para un trabajo delicado.

Esta semana unos chavales de San Antonio recibieron una brutal paliza por parte de unos seguratas –a saber su preparación y perfil psicológico— a cuenta de una ronda de chupitos en una de esas áreas acordonadas para separan a la gente como si fuera ganado que denominan VIP (very indecent people).

Los chupitos eran supuestamente una invitación, pero en tales garitos hay que desconfiar mucho porque nada sale gratis. Hace no mucho tiempo la Ley Payesa hubiera entrado en acción y a nadie le hubiera extrañado. Hoy está en curso una denuncia que ojalá ayude a vigilar mejor a criminales camuflados de seguridad.