No habían pasado ni cinco días desde que se quemara el infame yate Harmonya, que tenía atormentados a los vecinos de la Bahía de Sant Antoni, y ya apareció un sustituto. Llegó junto a la costa con sus luces y sus grupis, saltando en la borda y bailando al ritmo de la fiesta. Música a toda pastilla y, como estamos en el mar, nos da igual todo. ¿Vecinos? ¿Qué vecinos? Pues vecinos como mi amigo Federico, que se levanta cada mañana a las 6:30 para irse a trabajar. Su mujer se levanta a una hora similar y su hijo de año y medio tiene el sueño ligero y el llanto fácil. Me escribió indignado por whatsapp y me envió el video en el que se oía la música como si tuviera los altavoces en su casa. Pero estaba a 300 metros. La música paró cuando ya anochecía y retomó en el mejor momento, de madrugada. Dió la una, dieron las dos. Al final un muchacho se cansó y se tiró al agua. Nadó la distancia que separaba la costa del yate y desde el agua se puso a increpar la actitud de las personas que estaban a bordo y soltar todo tipo de imprecaciones. Gracias a Dios le hicieron caso y no le tiraron algo a la cabeza o simplemente se rieron en su cara. Policía Local recibió llamadas de muchos vecinos. Lo único que podían hacer era trasladar el caso a Guardia Civil. Y Guardia Civil no tiene medios para estas actuaciones. ¿Y ya está? ¿Los vecinos tendrán que aguantar estas situaciones hasta que alguien acabe tan hasta las narices que decida tomar cartas en el asunto y pase cualquier desgracia? No se puede permitir que aquellos que perturban el descanso y la convivencia vecinal actúen a sus anchas. Es vergonzoso que alguien no tenga más remedio exponerse al peligro para defender su descanso. La Administración debe defender ese derecho. Y si no tiene medios o herramientas ya va siendo hora de encontrarlas.