En España puedes quedarte con el 3% de una comunidad autónoma tan importante como Cataluña, puedes malversar todo el dinero que te dé la gana porque la patria catalana es el fin que justifica los medios, puedes gastarte un millón de euros en embotellar agua desalada y quedarte con la coima de las desaladoras que sustituyen a un muy necesario plan hidrológico nacional, o puedes quedarte con millones de euros que iban dirigidos para los parados; puedes cargarte la economía entera y dejar el país al borde del rescate, puedes, yo que sé, decir en el Congreso que España es un «estercolero putrefacto», y los señoríos y señorías se quedan tan panchos; pero ojito con las pequeñas cosas (que ya no son de un tiempo de rosas) porque esas son las que pueden acabar con la vida política de cualquiera. Tenemos el caso de la Cifuentes con su máster y las dos cremas mangadas, tenemos el máster de Casado que ya se está removiendo otra vez, no le han dejado disfrutar de su gesta ni siquiera 24 horas y tenemos ahora el avión gubernamental que se pilló el presidente Sánchez para ir al concierto de The Killers, acto que no estaba en la agenda oficial de La Moncloa, pero Carmen Calvo dixit y pixit que sí, que fue el final lúdico de una dura jornada de entrevistas que tuvieron el presidente Pedro Sánchez (y señora). ¿Qué va a pasar con lo del avión?, nada. ¿Qué pasó con la beca-black de Errejón?, nada; con la triquiñuela que hizo Echenique para no pagar la seguridad social del asistente, pues tampoco pasó nada. Las pequeñas cosas sólo afectan políticamente a los políticos de la derecha, a los del ala izquierda, nunca. ¿Por qué será?, es un misterio.