Hoy se cumple un año de los atentados de Barcelona y Cambrils por parte de una célula terrorista del ISIS, que terminaron con la vida de 16 personas y dejaron a otras 131 heridas. Recuerdo muy bien aquella tarde, sentado en la terraza de un caluroso día de agosto, cuando me saltó la noticia por el móvil. También recuerdo muy bien aquella mañana de marzo en la que Iñaki Gabilondo nos informaba de las explosiones que estaban teniendo lugar en la estación de Atocha, más tarde atribuidas a Al Qaeda. Lamentablemente, el historial es muy amplio y la sangría es anterior al periodo democrático. ETA siguió asesinando después de la muerte de Franco y los nostálgicos del antiguo régimen hacían lo propio, por ejemplo, con los atentados contra los abogados laboralistas en 1977. Por eso no me parece buena idea aplicar condenas penales a todo aquel que realiza algún exabrupto, porque los exabruptos, aunque sean inaceptables, son solo eso, y no deben merecer condena penal, ya que eso supone descontextualizar las frases y hace prevalecer la represión por encima de la libertad. Me refiero al caso de César Strawberry, cantante de Def con Dos, que fue condenado por la Audiencia Nacional (luego absuelto por el Supremo) por un delito de enaltecimiento del terrorismo por el contenido de sus canciones. O a Cassandra Vera, la tuitera que hizo chistes sobre Carrero Blanco, condenada a un año de prisión (absuelta más tarde por el Tribunal Supremo). Me refiero también al periodista Federico Jiménez Losantos, cuando dijo que el Gobierno de España tiene aviones para bombardear Cataluña, a cuenta del órdago independentista, palabras por las que no fue judicialmente perseguido. Efectivamente, la libertad de expresión tiene sus límites, pero las sanciones deben ser proporcionales y nadie debe ser condenado a cárcel por decir barbaridades. Y sobre todo, no todo es terrorismo.