En relación al movimiento ‘MUSICA SÍ, que Ibiza siga sonando’, (que con riesgo a equivocarme parece originado por el lobby clubber), en el que solicitan «una regulación inteligente que permita una buena convivencia» y se quejan de «persecución y criminalización de la música», es necesario indicar una serie de observaciones:
El sonido puede ser percibido como música/arte y ser motivo de disfrute, diversión y culto para miles de personas.

Pero también puede percatarse como ruido, causando sufrimiento y problemas fisiopatológicos y psicológicos a quienes no desean escucharlo y están obligados a ello. Este puede además crear situaciones de terrible indefensión para las personas que lo padecen, quienes en muchas ocasiones acuden a las autoridades sin encontrar ni respuesta ni solución.

En los últimos años el modelo de negocio relacionado con el ocio nocturno/diurno ha cambiado, incrementándose ostensiblemente los establecimientos que generan ruido y molestias al vecindario frente a una preocupante inacción de los Ayuntamientos. Un claro ejemplo de ello es Sant Josep, que únicamente actúa cuando se ve obligado, siendo la mayoría de intervenciones mediáticas y contra locales de poca monta (a veces no problemáticos), pero en cambio, y de forma ‘misteriosa’, hace oídos sordos a los mayores contaminantes acústicos del municipio, y todo ello pese a las reiteradas denuncias efectuadas.

La creación de este modelo económico basado en parte, en una distorsión temporal del mercado turístico, en el abuso depredador de los espacios públicos y en una vergonzosa permisividad institucional, ha fomentado la creación de una gran industria, que considera que debe hacer valer sus “derechos adquiridos” e intereses económicos frente al resto de la sociedad.

Que esta industria contribuye de forma importantísima a la proyección internacional de la isla, a su sostenimiento económico (restauración, hostelería, seguridad, etc.) y a la creación de una marca musical y de ocio que año tras año recibe distintos galardones y reconocimientos, es indiscutible. Pero también es evidente que se trata de una industria tóxica en cuanto favorece notoriamente la saturación de la isla, el consumo de drogas, la prostitución, la inseguridad vial, la generación de suciedad y libertinaje, y el incómodo menosprecio que siente el turista familiar que desea disfrutar de sus vacaciones en un destino seguro, amable y tranquilo.

Es importante recordar, que la contaminación acústica ya está ‘inteligentemente’ regulada en diversas normativas, cuya tímida aplicación tras años de ‘tolerancia’, sufrimiento y molestias, ha provocado que algunas personas teman perder su situación privilegiada en relación al resto de la sociedad.

Escuchar el ruido de algunos establecimientos a kilómetros cada día es un hecho sin discusión, ¿hacen algo para evitarlo?, ¿han probado las “fiestas silenciosas” o insonorizar adecuadamente los locales?, ¿se preocupan de los problemas que causan sus clientes una vez estos abandonan sus locales? En vez de quejarse de que se les apliquen las leyes, cúmplanlas como hacen el resto. Reflexionen sobre sus actuaciones, sobre lo que aportan a la isla (lo bueno y lo malo), y a partir de ahí, contribuyan a solucionar los problemas que generan y pidan disculpas por el daño causado (que no es poco).

Cada día la ciudadanía somos más exigentes con nuestra calidad de vida y no admitiremos perderla. La base de la convivencia en una sociedad se establece en las normas. Basta con hacerlas cumplir, eso sí, de forma igualitaria para todos. Con ello se crean unas condiciones de oportunidad idénticas para los empresarios y un modelo de convivencia y respeto para los vecinos y turistas. Música SÍ, ruido NO. Así de sencillo.