Ser paparazzi es una profesión muy digna, necesaria, que satisface el morbo de todos aquellos que esperan turno en la peluquería. Soy de los que difícilmente distingue una actriz de una modelo, pero si alguien se puede ganar la vida saliendo en las revistas, enhorabuena. Pero lo que ví el otro día en Cuatro no tiene nada que ver con esta digna profesión, que es dura, sacrificada, incierta, y que además permite vivir el reporterismo puro y duro. Que un programa de televisión nos muestre durante una hora a tres paparazzis recorriendo Ibiza en un coche, a toda velocidad, sudorosos y despeinados, con chancletas, mostrando el trasero, y saltándose las protecciones de las dunas, no solo no tiene el más mínimo interés, sino que genera muy mala imagen para Ibiza. Ya sabemos que a las televisiones nacionales solo le interesa la isla para hacer reportajes sobre discotecas, drogas, los pisos por las nubes, y el lujo que disfrutan los famosos, pero lo de los paparazzis del miércoles por la noche en Cuatro es un culto al mal gusto, desprestigia a la profesión, y frivoliza con un tipo de periodismo que merece todo el respeto del mundo.

Ibiza trata de otra manera a los famosos. Pueden pasear tranquilamente por Vila, por Santa Eulària, o Sant Josep sin llamar la atención, sin ser molestados. Cuando llegué a Ibiza en junio de 2014 coincidí en un bar con el futbolista Carles Puyol. Se tomaba unas cervezas con unos colegas y nadie, absolutamente nadie, le dijo nada, ni le pidieron un autógrafo, ni un selfie. Se tomó la cerveza y se marchó discretamente. Por eso los famosos vienen a Ibiza, como hace unos años elegían Mallorca, pero algún día dejarán de venir. Y entonces significará que algo ha fallado, que se han traspasado líneas rojas. Igual que los paparazzis de Cuatro.