Finalmente y después de mucho deliberar la UER ha decidido que la próxima edición de Eurovisión se celebrará en Tel Aviv. La primera duda era si finalmente se iba a celebrar el festival en Israel o no, dada la situación de preguerra continua en la que vive el país motivada por la ocupación y colonización sangrienta de Gaza y Cisjordania. Muchos eurofans pedían un boicot a Israel alegando que el festival no se puede celebrar en un país acusado de terrorismo y de saltarse a la torera los derechos humanos. Si todos los países pasasen el mismo filtro, el festival eurovisivo no podría celebrarse tampoco en Rusia, Ucrania, Italia, cualquier república exsoviética o en cualquier país que venda armas o apoye a Israel o lo que es lo mismo: no se podría celebrar en ningún país europeo. ¿Es lícito y lógico pedir un boicot a un festival musical por las decisiones políticas de los gobernantes del país organizador? ¿De qué serviría un boicot aparte de para dar alas a los nacionalistas y ultraortodoxos israelíes, que aprovecharían para victimizarse y enrocarse aún mucho más en sus ideas radicales? El mayor acierto de la organización ha sido en negarse a celebrar el festival en Jerusalén o Eilat y hacerlo finalmente en Tel Aviv. Celebrarlo en Jerusalén hubiese sido una provocación en toda regla y además Tel Aviv es una ciudad mucho más cosmopolita, gay-friendly y eurovisiva. Otro de los puntos conflictivos era que los ultraortodoxos pedían que durante el Sabbath se paralizara todo, a lo que la organización se negó en rotundo. Más allá del conflicto no podemos olvidar que de Israel salió la grandísima Dana Internacional, la primera trans en ganar el certamen en 1999 y que dio un impulso al colectivo LGTBI israelí o Netta que venció en la pasada edición con una canción contra el bullying entre los jóvenes. Ya veremos.