El filósofo Nietzsche comprendió tarde el arte que hace fácil la vida mientras acusaba al coloso Wagner de frivolidades cristianas. Así terminó loco y tierno, abrazando lloroso a un caballo que sufría, llamándolo hermano con sentimiento panteísta. Es el arte del Sur el que torna más amable la vida con su gay (significa alegre) saber, vagabundos trovadores y amor cortés, el sagrado amor ilícito de damas adúlteras que regalan sus favores para desplegar la gozosa energía que mueve el mundo material (viene de mater-madre).

El olímpico pagano Goethe, tras su escapada al Sur, ya dijo que gris es la teoría y verde el árbol de la vida.

Es también ese arte descrito por Baldassare Castiglione, quien recomienda hacer las cosas sin que se note el esfuerzo. La maravillosa sprezzatura, que no pueden comprender los ejecutivos agresivos, los intelectuales quejicas ni los parásitos que buscan una pareja ambiciosa con metas en su vida: triste pandilla de pipiolos con máster que aspiran a un coche mejor que el de su vecino.

Ha sido una larga moda: Cualquier gañán sin carácter ni cultura pretendía hacerse tiburón de Wall Street y luego, cuando al jubilarse se transformara en un chanquete sin importancia, morir de aburrimiento vital.

Daba igual que el alma de estos esclavos (esclavo es aquel que no sabe hacer poesía para aderezar la vida intensamente) fuera pudriéndose al abandonar sus sueños de amor a la vida. Nada, ellos a los fríos números, a especular, a invertir en obras de arte por su supuesta revalorización y no por lo que les gusta (así les burlaba Elmyr).

Afortunadamente existe la iluminación como un cósmico regalo espontáneo. Algunos vienen a las Pitiusas y se dan cuenta de que nunca es tarde para encontrar un nuevo mundo o abrazar un caballo.