Yo no creo que Ibiza es lo que conviene a un hombre de ideales, a un hombre que desea hacerse algo de provecho en el mundo». Esta frase de 1911, dirigida a Unamuno, es de Ramón Rodríguez, de quien sabemos muy poco, salvo que era un emigrante argentino con dinero y que estaba muy bien relacionado con la crema de la cultura española de principios del siglo XX. Buen amigo de Rodríguez era un tal Ferrer, ibicenco, de quien también sabemos poquito, es posible que se llamara Juan y que estuviera un tiempo en Buenos Aires, aunque su biografía irradia destellos de relevancia cultural; veamos: la Casa Museo Unamuno que está en Salamanca acaba de dar a la luz tres cartas en la que un amigo de Unamuno, Rodríguez, le comenta cosas del mundillo cultural español, tan nutrido entonces. En las mismas aparece ese Ferrer, ibicenco, que en 1911 estaba a punto de incorporarse al Centro de Estudios Históricos que dirigía nada menos que Ramón Menéndez Pidal. Aquella institución fue uno de los hitos de la cultura española, se creó en 1910. En las cartas que Rodríguez envía a Unamuno desde el Gran Hotel de Oriente (Madrid), que tenía logotipo y nombre masónico, aparece muy mencionado este Ferrer junto con Cossío (no el de la enciclopedia de los toros sino el que recuperó a El Greco), Giner de los Ríos y otros que también conocían a Ferrer. Este ibicenco trató mucho a Unamuno y de tanto en tanto iba a verlo a Salamanca. Eso quiere decir que Ferrer se codeaba con lo más granado de la intelectualidad española no de entonces, sino casi de siempre, porque aquel grupo sabios precoces fueron los que le dieron a España un impulso modernizador que quedó truncado en 1936.