Hay lugares que en cuanto los pisas se te quitan todas las tonterías. Lugares como el Hospital de Parapléjicos de Toledo donde la realidad te apuñala con fuerza y te deja una herida abierta que ya no se cierra. He tenido la desgracia y la ocasión de conocerlo bien. Dejando a un lado el drama familiar que esconde cada una de las habitaciones, los profesionales que trabajan en lugares como estos son extraterrestres que han bajado a la Tierra para hacer la vida más fácil a personas que no conocen. Superhéroes que se enfrentan a situaciones que para la mayoría de nosotros son insufribles. Que saben tratar y cuidar a personas rotas, a familias derrumbadas, que te enseñan a sonreír en medio de una UCI llena de aparatos fríos y tubos que entran de forma extraña en seres queridos. Estos lugares son una mezcla de horror y esperanza. El actual Hospital de Parapléjicos de Toledo, que por cierto estuvo gestionado por un ibicenco durante años, presenta unas instalaciones modernas, unas habitaciones amplias con todo tipo de aparatos que les hacen la vida mucho más fácil a los sanitarios que tienen que mover, limpiar y curar cuerpos inertes. Todo está pensando para la comodidad de los enfermos, pero también de las personas que tienen que tratarlos. Ahora la vida me lleva cada fin de semana a Cas Serres y cada vez que entro por la puerta y me encuentro cubos de agua interceptando goteras, cuartos de baño que se caen a trozos o a un señor mayor sin pierna subiendo solo unas escaleras, no puedo evitar pensar en el Hospital de Toledo. Salvando las enormes distancias que separan ambos centros, me pregunto qué pensarían los sanitaros de Cas Serres si, de repente, contasen con unas instalaciones como aquellas, con sillas de ruedas hechas a medida, con grúas adaptadas a cada cama, con habitaciones amplias y baños perfectamente adaptados, con ascensores por doquier y rampas. Igual la solución pasa por instalar el despacho de los que mandan justo ahí, en medio de Cas Serres. Para que se les quiten todas las tonterías.