Para ser músico en Ibiza hace falta vocación, más que en cualquier lugar del mundo. Que uno vaya a aprender a tocar el violín y caigan gotas de agua del techo, o que las paredes empiecen a desconcharse, o que se levante el suelo por la humedad, es una aventura difícil de asumir para la mayoría de los humanos.

Lo normal sería dejar la vocación y dedicarse a otra cosa. Estoy convencido de que si en el campo de fútbol de Can Misses se levantase el césped artificial el problema duraría 24 horas, a lo sumo dos días, pero ya se sabe que la cultura es un tema menor para nuestros políticos. Y hay que reconocerle al conseller Martí March el valor de pasear varias veces por el Conservatorio de Música para ver los desastres del edificio, pero poco más ha podido hacer.

Como las cosas de palacio van despacio, dicen, el concurso para hacer la reforma ha quedado desierto. Mejor dicho, nadie se ha presentado, y eso que el sector de la construcción ha pasado una grave crisis y lo lógico sería que se pegasen bofetadas para realizar la reforma, pero las empresas no quieren saber nada de la administración. Paga tarde y mal. Y si hay líos, la empresa sale en los periódicos.

Tampoco ayuda mucho que en el Parlament PSOE y Podemos, otrora partido de las personas y ahora ‘muleta’ política de Armengol, votasen en contra de una propuesta de Aguilera para declarar de emergencia las obras del Conservatorio. Resulta difícil de asumir tanta incompetencia.

Porque de los desperfectos del edificio se lleva hablando más de dos años, media legislatura, y todo sigue igual. Por eso lo mejor que pueden hacer los que sientan la llamada de la música es dedicarse a otra cosa. Porque el Conservatorio de Música de Ibiza es una auténtica ruina.