El Ajuntament de Palma ha incluido dentro de los actos del día contra la violencia de género la Chochocharla. Un monólogo de humor divulgativo sobre el órgano sexual femenino. Se ha liado parda. Críticas de todos los flancos de la derecha. Hasta el Colegio de Psicólogos se ha pronunciado al respecto. El mismo espectáculo se ha realizado durante meses en diferentes ciudades. Una simple búsqueda en la red revela que sólo ha habido polémica en Palma. En el resto de lugares ha pasado aparentemente sin pena ni gloria, habrá ido a quien le ha parecido oportuno y los no interesados se han abstenido. Es para tenerlo en cuenta. Que la mera programación del espectáculo feminista haya logrado tal escandalera le da un éxito que su ideóloga, que se denomina la Psico Woman, no podrá menos que celebrar. Parece obvio que el título busca a la vez provocar y buscar complicidades. Objetivo cumplido por lo fácil que se escandalizan algunos. La lástima es que se haya convertido en normal que un contenido, mejor o peor, pero humorístico levante ampollas. Lío porque un señor se suene los mocos con una bandera, por mensajes en la red o por ripios sobre una diputada. Hay siempre alguien dispuesto a indignarse. De un lado o de otro. Los mismos que claman porque a Valtónyc se le condene por canciones están felices porque a un señor se le ponga una multa por unos versos desafortunados sobre la pareja de Pablo Iglesias. Como para luego defender la chochocharla con autoridad. Los crispados son legión y parece ser esta una tendencia global. Es como vivir rodeado del espíritu del Pato Donald: todo el tiempo y todo el rato enfadados. Un personaje de chiste es el héroe del presente. Solo en ese caldo de cultivo, algo tan pueril como decir chocho puede indignar. Si el nivel es escandalizarse por lo genital hay un problema. Volvemos al caca, pedo, culo, pis.